jueves, 30 de junio de 2011

OLLANTA Y LOS CANDENTES NUEVOS DESAFÍOS

Los compromisos y desafíos asumidos, durante la campaña electoral, por el nuevo Presidente del país Ollanta Humala, son numerosos y variados, tal como en este tramo de la coyuntura sociopolítica nos lo vienen recordando personas y dirigencias de diferentes segmentos, categorías y clases sociales.

La variedad de demandas y recordatorios en lista, que parecen no tener fin, denota la enorme complejidad de un tejido social efervescente y cada vez más embravecido, cuyas aristas más saltantes se encuentran, por lo pronto, en el tema de la actividad minera y la contaminación ambiental. Una “papa caliente” que el gobernante saliente Alan García parece obviar desconsideradamente, desde la altura de su soberbia hiperbólica, dejándosela al nuevo inquilino de la Casa de Pizarro, como tantas otras “papas calientes” que van apareciendo en el camino de sus actos y rituales finales antes de la entrega de la banda presidencial el 28 de julio.

Lo que estamos experimentando estoicamente, en el inicio de esta nueva coyuntura política, es el estallido ígneo de una “olla a presión” social que ha venido acumulando vapor desde hacen varias décadas atrás y que, hoy, ha encontrado el momento circunstancial para expeler atropelladamente toda la desilusión, amargura, rabia, esperanzas e ilusiones, todas amalgamadas en un grito común, el grito porque las cosas cambien en el país. Esta “acumulación de vapor” se ha debido a varios factores: uno, el modelo económico impuesto a outrance por la derecha política y los poderes fácticos, en beneficio, fundamentalmente, del gran capital, pero en detrimento de las clases populares y de las posibilidades del país de crecer endógenamente, y dos, la absoluta ausencia, por parte de la clase política históricamente gobernante ( es decir de una clase de derecha política primitiva), de un proyecto de país inclusivo y democrático a construir, tomando en cuenta todas las categorías y clases sociales del país, así como todas las realidades geográficas y culturales. La gestión económica y política, en este sentido, ha discurrido pasivamente siguiendo el curso de las grandes tendencias del capitalismo occidental; sin rostro propio y sin espíritu nacional.

El gobierno de Ollanta Humala, ergo, no será tarea fácil por este contexto y estos antecedentes del que parte y en el que se suscita. Y no podía ser de otra manera porque la política, en cualquier circunstancia y tiempo histórico, siempre se levanta sobre el humus que le depara la realidad sociocultural e histórica concreta, en cuya relación la teoría general se transforma en la real teoría y la política abstracta en la real política. ¿Cómo, en consecuencia, transitar de la política abstracta a la real política? Esta es una interrogante fundamental cuya respuesta, considero, no está siendo suficientemente elaborada, más allá del agorerismo sufriente a que nos están sometiendo muchos de los análisis políticos de la hora actual.

La política real, que es la política que surge como consecuencia del control efectivo del poder político nacional, vía la asunción formal y real del gobierno del país que se ha de producir a partir del 28 de julio de este año, debe concretizarse y expresarse en varias cuestiones fundamentales, como las siguientes:

a. La explicitación significativa y compartida del proyecto de país hacia el cual se desea y necesita avanzar, más allá de cualquier esencialismo y fundamentalismo doctrinal, y que se constituye en la pieza clave para los agregados o desagregados sociales en la vía del cambio que el Perú requiere impostergablemente. Es algo así como el “diseño del rompecabezas” nacional donde han de caber todas fichas del mismo y, respecto al cual, seguramente algunas fichas estarán demás, no concordarán con el diseño y estarán, por ende, fuera del mismo.

b. Sinceramiento de las posibilidades materiales (incluyendo las económicas por cierto), organizacionales, culturales y subjetivas del país para avanzar en el desarrollo de la agenda del proyecto país; lo que obliga a tener en cuenta las fortalezas y debilidades de la sociedad global en el proceso de su trasfiguración, más allá de los atavismos conservadores con los que nos hemos visto obligados a vivir durante muchos años.

c. Priorización participativa, concertada y descentralizada de las necesidades y demandas sociales en relación al “diseño del rompecabezas” y las posibilidades materiales y subjetivas del país, en un plan político que le dé curso, sostenibilidad, credibilidad, legitimidad y orientación estratégica a las demandas sociales jerarquizadas; entendiendo que este plan político no es un plan simplemente para desactivar la “olla a presión” social y desbrozar el terreno para una gestión gubernamental más tranquila. No, es un plan que se integra orgánicamente en el plan global del “gran cambio” y que parte de una intelección fundamental: las necesidades y demandas diversas, priorizadas y concertadas de la “sociedad civil” ( o de las “sociedades civiles” del país) en sus distintas regiones traducen, en su fenomenología, un modelo de organización económica, social, política y cultural que el mundo de la legalidad y la política no puede desconocer irresponsablemente y estúpidamente. En otras palabras, las demandas y protestas, el enojo y las movilizaciones, separando la paja del trigo, son los indicadores de una realidad más profunda, la realidad de una vida diferente que, en su proceso fáctico de construcción subterránea, empieza a colisionar con toda la vieja superestructura de una sociedad que se niega equivocadamente a la autotransformación.

d. Edificación de un movimiento social y político amplio, organizado y sensibilizado hacia el cambio, dando la posibilidad, a cada actor social y político del país, de tener un lugar para el copartimiento y la contribución en la armazón del gran “rompecabezas” de la política nacional. Nadie que se sienta identificado con el nuevo proyecto país debe ser excluido de participar activamente, desde y en la microsociedad y la micropolítica, hasta los niveles mayores del andamiaje social y estadual del país.

Todo esto es parte, indudablemente, de un proceso integral al que, en la teoría política crítica, se ha venido a denominar como hegemonía, sin la cual, se puede demostrar históricamente, ninguna clase social ha podido levantar su propio proyecto universalista de vida, contrastando y conflictuando con las clases adversas y antagonistas.

La hegemonía es ideológica, política, cultural y ética y se elabora en y desde la conciencia y la subjetividad de los actores sociales, como la hegemonía que el neoliberalismo, sustentada en el capitalismo, ha elaborado en el mundo para aprisionar la conciencia de las clases populares actualmente. No se trata, entonces, de que no haya una hegemonía en estos momentos. Sí, hay una hegemonía imperante y universalista, mesocrática y coherente que aherroja y somete subliminal y aceradamente las mentes y los espíritus de todos, alimentada por un eurocentrismo que naturaliza las jerarquías sociales, monoculturaliza el progreso y monoculturaliza la productividad, contra la cual hay que luchar empezando por una lucha en nuestra propia subjetividad, armados con la propuesta de una nueva hegemonía en el Perú: la hegemonía de los gobernados hasta la fecha.