lunes, 23 de noviembre de 2009

SOBRE LA TESIS DE “CUERDAS SEPARADAS”, PODER Y POLÍTICA EN EL PERÚ

Con criterio pragmático desde su visión neoliberal que prioriza el mercado por sobre cualquier otra dimensión de las relaciones sociales internas y mundiales, el gobierno alanista ha venido difundiendo su tesis de las “cuerdas separadas” en la relación del Perú con Chile y, posiblemente, en la relación con cualquier otro país del mundo.

Esta tesis sostiene que es posible y viable desde todo punto de vista impulsar y establecer relaciones con el vecino país de Chile en lo económico y político con lógicas y ritmos diferentes, sin que lo que se hace en un aspecto influya y determine lo que se hace en el otro aspecto; siendo que, en consecuencia, pudiendo estar bien nuestras relaciones en el terreno de la economía (inversiones, comercio exterior, TLC, etc.) no lo esté igualmente en el campo de la política. Amistades en un lado e inamistades en el otro, es más o menos el sentido de esta visión en materia de política internacional que ha asumido el gobierno alanista con el propósito de, pase lo que pase en la política, evitar a todo trance que no se vean afectadas las inversiones chilenas en el territorio patrio y toda la avalancha de capitales mapochos que están incursionando en el país gracias al carnaval de comodidades otorgadas por los gobiernos neoliberales de Fujimori, Toledo y el actual.

Los acontecimientos más recientes referidos al descubrimiento de uno y posiblemente varios traidores peruanos oficiando de espías para el servicio de inteligencia chileno, en circunstancias en que el gobierno peruano venía impeliendo un acuerdo de limitación en la compra de armamento con países latinoamericanos, incluyendo, por supuesto, al gobierno chileno, demuestran que esta visión ultrapositivista y pragmática de las “cuerdas separadas” no es una visión que el oficialismo habría construido solamente para manejar las relaciones internacionales en los campos de la política y la economía sino también en los campos de la política y la defensa nacional, como de la economía y la defensa nacional. Es decir “cuerdas separadas” para todo, en una concepción suicida asistémica y fracturada que denota simplemente un pragmatismo ciego y la ausencia completa de una política internacional, en un contexto donde la geopolítica ha variado sustancialmente por las nuevas condiciones internacionales que experimenta el mundo de hoy en todos los terrenos de la vida humana.

El poder político, entendido en cualquiera de los enfoques con que ha sido entendido y estudiado en la época moderna (Bacon, Hobbes, Descartes, Hume, Weber, Marx, etc.), ya sea como “la capacidad de un actor de conseguir que otro haga lo que de otro modo éste no haría” (Dahl, 1957); como la capacidad de obtener el bien común desde el estado o desde la ciudadanía activa; como “la probabilidad de imponer la propia voluntad (...) aun contra toda resistencia” (Weber, 1964) o, más recientemente, como “una propiedad disposicional de un agente”, cuya naturaleza proviene de la relación entre ciertas propiedades y recursos del actor social y las propiedades del entorno social” (Máiz, Ramón, 2003), siempre ha supuesto su asiento o apoyo en un aparato de coerción importante especialmente referido a las fuerzas armadas, tanto por razones disuasivas como de activa defensa de la comunidad nacional. La historia tanto del Perú como de otros estados del mundo es sumamente aleccionadora sobre el particular.

En consecuencia sólo cuando el poder político tiene una razonable capacidad de disuasión material para hacer uso de su aparato de coerción y de violencia legal, se encuentra en condiciones virtuosas para interactuar con otros agentes del dominio mundial en el sentido trazado por su política internacional incluso si se tratara, como en el caso del Perú, de buscar un acuerdo para la limitación de la carrera armamentista que se vive en América Latina; porque el respaldo de la política más que estar en la ética está en la fuerza. Tiene en la ética, indudablemente, la energía ideológica de la “buena sociedad”, como decían los antiguos griegos, como la utopía humana que organiza las voluntades y orienta las acciones hacia una mejor forma de vida (“buena vida”); pero tiene en la fuerza material organizada la capacidad operativa para la realización de esa “buena sociedad” sin la cual (la fuerza organizada) la ética queda reducida a la condición de buenos deseos y románticas intenciones.

La tesis de las “cuerdas separadas” traslapada al campo de la política y la defensa nacional, en ese caso, ha venido suponiendo ingenuamente que es posible conducir políticamente al Estado peruano en la geopolítica sudamericana separadamente de su conducción en la defensa nacional y que, siendo así, es posible ser buen actor en el terreno diplomático aunque seamos un pésimo actor en materia de defensa nacional; frente a un país vecino que entiende las cosas de otra manera donde entre la política, la economía y la capacidad de coerción material nacional no existen cuerdas separadas sino cuerdas anudadas estrechamente, tan estrechamente que sin ningún reparo han señalado algunos de sus principales capitostes militares que sus fuerzas armadas se preparan (entre otras cuestiones) para defender sus intereses económicos en el extranjero. Así de simple.

Maquiavelo, ese gran teórico italiano de la política en la época del renacimiento, señaló alguna vez que el éxito en la política depende de la unión de dos cualidades importantes: la habilidad de la raposa (zorra) y la fuerza del león, que bien pueden aplicarse para la relación entre los estados. Quien no tiene la habilidad para conducirse con éxito en el terreno de la diplomacia buscando grandes objetivos nacionales, y menos la fuerza disposicional para hacerse respetar materialmente, está condenado al fracaso irremisible en todos los terrenos de su actuación. El problema en la relación entre estados es que los fracasos no los pagan solamente los individuos sino especialmente las colectividades, es decir los pueblos que realmente son los que exponen el pellejo en estas circunstancias, porque los de arriba, los que se llenan la boca con almibaradas palabras de paz y de “buena concordia” no tienen ningún problema en irse al extranjero que, por lo demás, es el lugar donde regularmente habitan en cuerpo, alma y corazón. La traumática experiencia de la Guerra del Pacífico parece no haber calado suficientemente en el alma de nuestra mediocre y acobardada clase política nacional, acostumbrada a traiciones a cual mayor e incluso megatraiciones como la de la dupla Fujimori-Montesinos con el asunto de la compra de armamento y aviones de guerra.

La forma como se está tratando el caso del traidor Ariza y de posibles otros si bien es cierto que ha merecido una oportuna respuesta oficial del gobierno peruano, como era lo justo y necesario es, sin embargo, insuficiente y errada en ciertos aspectos, como, por ejemplo, el de llevar la confrontación al terreno del sarcasmo y lo populachero (“nos tienen envidia”, “republiqueta”) como lo está haciendo el Presidente García en todo espacio público del país, que sólo ha de producir el efecto de una “normalización” ideológica de la conciencia ciudadana, como parece ser en le fondo el deseo de la clase política criolla, en el sentido de conducirnos a aceptar lo ocurrido como algo “normal”, al fin de cuentas, en las relaciones entre estados; a que las cosas se apacigüen y aquí, con algunas satisfacciones formales de por medio, no pasó nada.