martes, 21 de junio de 2011

LA IZQUIERDA EN EL NUEVO ESCENARIO POLÍTICO

Mucho se viene hablando de la izquierda política últimamente, especialmente desde que varios partidos políticos de “izquierda” han accedido al poder del Estado como es el caso del Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay, Nicaragua, Ecuador, Venezuela y, anteriormente, Chile, sólo teniendo en cuenta nuestro espacio geográfico más cercano como es América latina y América Central. En nuestro caso, el caso del Perú, muchos consideran, en cierto modo bajo una opinión construida, fomentada y avivada por los medios de comunicación afines a la derecha política que, con el triunfo de Ollanta Humala, la izquierda también habría accedido al poder o estaría en los prolegómenos de hacerlo.

Toda esta indiscutible fenomenología sociopolítica pone en evidencia varios aspectos que es necesario tener en cuenta: que, la percepción, la identificación y la voluntad ciudadana magmática en nuestro país, viene adquiriendo una progresiva orientación hacia un espectro político, aunque difuso, de izquierda; de una izquierda con varios ángulos, matices y veredas ideológicas fundamentalmente concentradas en ese espacio, un tanto borroso de la actividad política, conocido como “centro político”. De una izquierda que se autodefine e identifica por esta denominación en razón a necesidades y demandas históricas, como son las de la superación de la explotación y la pobreza, la instauración de una democracia real e integral, la defensa de la soberanía nacional, el desarrollo del mercado interior, la descentralización efectiva del país y la promoción de un Estado desprivatizado y redistribuidor; a lo que se ha venido a agregar, últimamente, la defensa de los recursos naturales nacionales y del medio ambiente, el tema de género y la interculturalidad, dentro de otros. Más allá, entonces, de las diferencias y aggiornamientos ideológicos de larga data, que en algún momento dividieron radical y estructuralmente a los diferentes colectivos de izquierda (pro-soviéticos, pro-chinos, pro-cubanos, pro-albaneses y otros pro), como fue lo que sucedió entre los años 60 y 70 del siglo anterior, la praxis social se ha encargado de galvanizar los perfiles de izquierda hasta adecuarlos, lo más exactamente posible, a la nueva realidad. Lo que no está mal, porque ello permite establecer espacios de reflexión y práctica política que deberían conducir a una suerte de reoriginación (o reinvención) de la izquierda, de cara a las nuevas matrices sociopolíticas que se abren en el nuevo siglo.

La asunción de este desafío no es, sin embargo sencilla porque gravita, todavía, el enorme fardo de una herencia ideológica densa y pesada, de la que no es fácil salir. De una herencia paradigmática, cultural y psicológica fosilizada en un “marxismo” plejanovista vulgar, antidialéctico, idealista y positivista, bueno (en su momento) para el adoctrinamiento y la acción de mentes sencillas y operadores “ladrillos”, en contextos sociales relativamente menos complejos que los contextos que tenemos ahora; pero malo (en el nuevo momento) para la construcción de una hegemonía alternativa o contra-hegemonía integral en el momento actual, donde la dominación de las clases dominantes se ha vuelto más compleja, las clases dominadas se han diversificado más, el componente social étnico adquiere una relevancia inusitada, y donde, una clave importante del dominio de los gobernantes sobre los gobernados, pasa a ser el dominio cognoscitivo de aquellos sobre estos, lo que nos conduce a la necesidad de apostar por una nueva teoría de la historia y a una reinvención del conocimiento como emancipación y compromiso ético colectivo.

Puestos en el escenario actual, ergo, la izquierda (o las izquierdas, dirán algunos) en la necesidad de confluir con esa importante tendencia racional, intuitiva o afectiva que experimenta la dinámica social, se encuentra en la obligación vorticilar de reelaborar su memoria, desprendiéndose de todo aquel sarro ideológico que la paraliza, cultivando y desarrollando un “marxismo complejo” o una teoría crítica alimentada en el pensamiento real y profundo de C. Marx y no en el de sus deformadores, así como en sus más lúcidos continuadores: Adorno, Luckacs, Gramsci, Mariátegui, etc.

La izquierda necesita asumir la “globalización” o “mundialización” como una realidad concreta que hay que cabalgarla críticamente, para dominarla y asumirla en todas sus posibilidades emancipatorias, desde la visión e intereses de las clases subalternas.

Y en lo concreto, en el plano de las propuestas, como dice Ubaldo Tejada Guerrero (“Izquierda: vino nuevo en odres nuevos”), la izquierda no puede dejar de transitar en sus exigencias y en sus propuestas, por lo siguientes ejes de confluencia y movilización política:

a. La crítica profunda a las reformas económicas neoliberales impuestas en el país, especialmente desde el fuji-montesinismo hacia adelante, denunciando su supuesta naturalización y la separación que se obra de la economía respecto a la política, con el propósito de dejar incólume el modelo económico aunque la política cambie.

b. Énfasis en el papel regulador del Estado tanto respecto al mercado como del bienestar social, partiendo del hecho de que la “mano invisible” que ordena el mercado, es una falacia inventada por los liberales para dejar libres a los propietarios del capital en sus deshumanizados propósitos de acumulación económica.

c. Crítica al proceso de “transición democrática” vivido en el Perú, luego de la caída del fuji-montesinismo, que no ha dado los frutos esperados, especialmente en fortalecimiento institucional, transparencia, representación y participación política y, sobre todo, en cuanto a la lucha contra la corrupción. Formando parte de todo esto, está el saneamiento con la memoria del fuji-montesinismo y el senderismo, y todo lo que ello implicó en materia de corrupción, violación de derechos humanos, crímenes de lesa humanidad, cometidos por quienes coactivamente representaban al Estado y por quienes, como el senderismo, lo negaban, tal como ha sido demostrado oportunamente por la Comisión de la Verdad.

Sólo reuniendo estratégicamente en un haz vital, estos ejes fundamentales de acción programática, la izquierda estará en condiciones de ser un protagonista activo y, posiblemente, decisivo en la nueva coyuntura política que se abre luego del triunfo de Ollanta Humala, en una coyuntura donde, como señalé en un artículo anterior, la praxis crítica, la teoría activa, la reflexión comprometida, el debate ideológico profundo, la indagación emancipatoria, la academia dialógica y la investigación profunda encuentran, para su desarrollo, una oportunidad, quizás única, para su desenvolvimiento vigoroso.