domingo, 13 de diciembre de 2009

¿MARXISMO O MILENARISMO?: HE AHÍ LA DISYUNTIVA

El marxismo o “filosofía de la praxis” es una concepción del mundo crítica y radical que nace en el decurso del siglo XIX gracias a dos grandes pensadores, Marx y Engels, que tuvieron la grandeza intelectual y práctica de interpretar dialéctica e históricamente la sociedad capitalista, en ese momento en pleno desarrollo, y descubrir científicamente la naturaleza de su modo de producción y su superación histórica irremisible por una nueva sociedad asentada en un nuevo modo de producción: la sociedad socialista y su progresión posterior hacia una “sociedad comunista” o “sociedad regulada” en el lenguaje gramsciano (Antonio Gramsci).

Su nacimiento, en consecuencia, es occidental desde todo punto de vista pero occidental desde la perspectiva de las clases subordinadas como se diría en el lenguaje de hoy, y más concretamente del proletariado como la clase social que “no tiene nada que perder sólo sus cadenas” y, por lo tanto, la más interesada en revocar el dominio de la burguesía y todo su sistema representativo hegemónico. Sin embargo, al tener un origen occidental ¿podría, de pronto, carecer de valor para el conocimiento y la praxis liberadora en las sociedades no occidentales como vociferan por allí algunos profetas fundamentalistas, como el de los autobombos Turpo Ch.?

Si el mundo del siglo XIX hubiera sido un mundo archipiélago, plagado de islas e islotes económico-socio-culturales, posiblemente esta observación tendría algún viso de credibilidad; pero no, el mundo de este siglo y de todo lo que viene posteriormente es un mundo articulado asimétricamente de algún modo y en diferentes dimensiones de la vida humana, bajo la hegemonía capitalista, al punto tal que la modernidad capitalista se la entiende como una modernidad que sintetiza, procesa y gestiona todos los mundos tanto el capitalista como el pre-capitalista y no capitalista, y todas las clases y categorías sociales de los diferentes modos de producción existentes hasta ese momento incluyendo a los continentes de la triple A: Asia, África y América Latina, bajo diferentes formas de sometimiento: colonial, semicolonial y neocolonial. El mundo global, en otros términos, ya es, desde esta época, un sistema mundo y la economía global una economía mundo.

En esta articulación mundial asimétrica, donde existen explotadores y explotados y dominantes y dominados, clases, pueblos y naciones, el modo de producción dominante y dirigente en el mundo es, indudablemente, el modo de producción capitalista con su clase social representativa: la burguesía en todas sus formas. Modo de producción que, en el tránsito del siglo XIX al siglo XX, se transforma de modo de producción pre-monopolista en un modo de producción monopolista que da origen a lo que Hilferding y Lenin denominarán como “imperialismo”, que no es sino el capital transnacional acaudillado por el capital financiero que se impone en el mundo “por la razón o la fuerza” y que, en sus contradicciones internas, nos llevan a dos grandes guerras mundiales y otros conflictos menores en el escenario mundial.

Al constituir, entonces, en el sistema mundo, el modo de producción capitalista el modo de producción central, más dinámico y dominante, se explica el por qué el marxismo tiene su nacimiento en el mundo europeo y el por qué es una teoría que, proveniendo del mundo europeo, sirve para interpretar científicamente y superar ética y dialécticamente las condiciones de explotación, atraso y marginación en que se encuentran los pueblos del mundo aherrojados por el capitalismo y su burguesía cada vez más desenfrenada y aviesa en la ampliación de la “cuota de plusvalía” (valor de la fuerza de trabajo no remunerada), gracias a la superexplotación de la clase trabajadora mundial. El marxismo, entonces, constituye una teoría científica que, aclimatada convenientes en las realidades no europeas (ver el ejemplo de Mariátegui sin ir muy lejos), ha servido, sirve y servirá para generar un proyecto propio emancipatorio y de liberación político-social bajo la denominación de “socialismo”, con formas y contenidos impuestos por las realidades particulares donde se pragmatice.

La diversidad de clases y grupos socio-culturales que forman parte del complejo tejido social, tanto en los países centrales como periféricos, desde antes y hasta ahora, ha confluido en hacer del marxismo y su propuesta socialista en algo no fácil porque ha tenido que luchar ideológica y políticamente para convencer y dirigir al conjunto social en la perspectiva de su auténtica liberación, tanto en el terreno de la política como de la cultura y la organización, así como en su propio interno contra corrientes que a lo bersteiniano (de Berstein), por ejemplo, han intentado modificar y transgredir su matriz política y cultural y embotar su filo transformador. Fue una lucha librada por mucho tiempo, verbigracia, contra el anarquismo, el lassallenismo, el populismo, el aventurerismo terrorista y, más recientemente, el milenarismo.

El milenarismo es una corriente ideológica construida por académicos de terno y corbata, muchos de ellos formados en universidades europeas (¿Francia amigo Turpo?), que usan la tecnología capitalista y viven cómodamente arrellanados en los espacios que les brinda el sistema capitalista pero que, sin embargo, ideológicamente vomitan contra el capitalismo sapos y culebras en una supuesta negación mecánica, absolutista, esencialista, fundamentalista y vergonzante (no dialéctica, ojo) para volver a un inventado y alucinante paraíso perdido anterior. Sintetizando las características más importantes del milenarismo, están las siguientes:

- Discurso utópico con oropeles apocalípticos. La utopía de la “edad de oro indígena perdida” (zapatismo, katarismo histórico), con rasgos mesiánicos, a la cual hay que retornar. “Los ideólogos indianistas actúan más como predicadores religiosos que como líderes políticos con los pies plantados en la realidad histórico-social cuando hablan de la necesidad de mantener y recuperar sus valores y modos de vida tradicionales amenazados por el sistema dominante del capitalismo” (Javier Ullán de la Rosa, La naturaleza milenarista del discurso indianista latinoamericano...).

- Los milenaristas, como son los indianistas contemporánesos a lo Turpo Ch., se refocilan con sus Arcadias felices preindustriales (como la construcción ideológica que hacen del Tawantinsuyo), ignorando o siendo ignorantes del conocimiento científico producido sobre estas realidades desde diferentes campos disciplinares, que muestra una realidad de esas Arcadias completamente diferente al espejismo ideológico que rumian, como Turpo, hasta el embrutecimiento solipsista y bellaco.

- Manejo de un poder simbólico cultural convertido, a continuación, en un poder político para cuestionar la realidad sin alternativas explícitas y creibles, salvo un apartheid étnico encasillado y rupturista que conduciría a una sociedad encapsulada primaria, agrarista y naturalista (¿Rousseau milenarista amigo Turpo, “falansterio” utópico europeo de los socialistas ingenuos?), cuya existencia dependería, precisamente, de lo que imberbe y tontamente rechazan: el aporte y la ayuda extranjera. ¿Qué sociedad sería esta, además cómo podría ser esta sociedad vuelta al pasado inca descontextualizado, demográficamente hoy diferente ?

- Ligazón de la política con lo étnico y, en consecuencia, reducción de su base social representacional para despeñarse en el sectarismo más absurdo y, en determinadas circunstancias, en un autoritarismo con secuelas de genocidio (¿ ayatollas andinos?).

- Origen en colectividades indígenas agredidas tradicionalmente que necesitan de un mensaje recusador, de lo que se aprovecha el milenarismo para movilizar psicosocialmente a los pueblos originarios conducidos a aceptar la utopía de “la edad dorada” como un asunto de fe y no de racionalidad, y con un profeta dotado de magia discursiva sobre un pasado prehispánico que se reclama y se quiere reinstaurar de algún modo (¿el profeta Turpo?).

¿La caída del “socialismo real” es el final del proyecto socialista marxista?. La derecha política dice que sí y se alegra por ello, como se alegra Turpo Ch. recogiendo sin dignidad los mendrugos argumentales de la derecha neoliberal que a los Francis Fukuyama ha tenido la soberbia y la estulticia de afirmar “el fin de la historia”, porque gracias a la caída del “socialismo real”, hacia delante sólo nos espera más de lo mismo: capitalismo hasta el infinito y hasta el empacho diarreico.

Históricamente ningún nuevo sistema social se ha impuesto nítida e irreversiblemente sobre al anterior, por la complejidad del cambio y los intereses activos en juego. En el caso del capitalismo, por ejemplo, luego de su triunfo político en los principales países europeos sobrevinieron tiempos de restauración monárquica, por ejemplo entre 1815 y 1830 cuando Europa vivió el restablecimiento de las antiguas monarquías, sin que ello negara la validez y legitimidad del discurso liberal que al final se impuso acompañando el despliegue del sistema capitalista en el mundo. Seguramente que ningún liberal sincero en este momento de retorno transitorio de la monarquía en Europa hubiera declarado, en buen seso, la defunción del proyecto burgués, como ahora ningún socialista sincero y convencido podría, a lo Turpo Ch. pese a sus pasados coquetos marxistas, declara la defunción de la teoría marxista y el proyecto socialista de refundación social en el mundo.

Para emprender la construcción de un proyecto liberador socialista indudablemente que es de vital importancia operar lo que se ha venido a denominar como la “descolonización del saber” en su forma de eurocentrismo y racismo, proceso que ha sido característico en los grupos sociales reactivos armados con la ideología marxista en confrontación con la ideología liberal. Sin esta “descolonización” no es posible una nueva lectura de la sociedad peruana y latinoamericana y una nueva propuesta emancipatoria. El problema es que Turpo Ch. necesita descolonizarse no sólo de la armadura milenarista europea que lo muerde y lo desvela sino también, y quizás más importantemente, de sus propios prejuicios, odios viscerales, pesadillas freudianas y complejos étnico culturales que le impiden abrirse a la otredad política y cultural, en una inteligente propuesta de interculturalidad política, sobre la que bien valdría profundizar en el análisis antes que perderse en relamidos y aburridos adjetivos milenaristas que no apuntan a nada. He dicho.