domingo, 25 de julio de 2010

AURELIANO TURPO Y SUS “ETNOBRAVATAS”

Un pequeño espacio en mi apretado tiempo me ha permitido analizar y contestar, a través de las líneas siguientes, las declaraciones más representativas del “etnodisparatado” Aureliano Turpo Choquehuanca realizadas en su blog hace algún tiempo atrás, referentes a mi persona. Posiblemente, en la medida en que mi tiempo me lo permita, seguiré trabajando en esta línea de pensamiento más adelante sin necesariamente tener en cuenta al personaje de marras, sino la necesidad de profundizar y enriquecer la temática de la pluriculturalidad y la interculturalidad que algunos “sabios” amestizados quieren asumir como si fuera su coto cerrado, único y privilegiado.

Aureliano Turpo Choquehuanca es el más delirante, orgásmico y rasposo exponente de la fauna fundamentalista étnica del medio regional surandino, no precisamente por sus calidades argumentativas y su nivel inteligencial sino por su lenguaje chocante, formateado y tubular que, en su desquiciado afán descalificador de la izquierda y, en especial, de una parte de ella (“patria roja” según su propia declaración), muy característico en él, hace tabla rasa de la historia de las ideas políticas en el Perú, de la vida de las organizaciones políticas y de la dignidad de las personas.

Las enormes anteojeras ideológicas que cubren las entendederas cognoscitivas de Turpo hasta el delirio, lo han conducido a gruesos errores de interpretación y de estilo argumentativo en paralelo a su inflado ego de “curaca” redivivo que no cabe ya en su destemplada humanidad. Porque es cierto que todo lo que rumia y dispara, por lo general machaconamente precedido por su empalagoso “etno…”, tiene raíces ideológicas y sólo ideológicas y, por ende, falsas o cuando menos discutibles.

En el entrevero de sus elefantiásicos errores de concepción es inocultable la falacia aquella de que no es posible construir un discurso integrador capaz de asumir y manejar la diversidad y ser, en todo caso, diverso y unitario al mismo tiempo como diferente y equitativo. Turpo tiene solamente fe y talmud, y sólo cree en un solo discurso ideológico compacto, pétreo e inmóvil: el suyo, rabiosamente monocultural a su manera . El suyo culturalista, surrealista, fanático, concéntrico y cerrado, estupidizado en la creencia esencialista de que la cultura es como una “cosa” o un organismo que puede tener vida separada, ser enclaustrado, museisado, y ser siempre el mismo. La cultura es para este personaje singular un fin y no un medio para el “buen vivir” del ser humano, un medio que, por el contrario, debe permitirle al ser humano cualquiera sea su origen étnico cultural, histórico y social, desenvolverse con autonomía, plenitud y libertad, libertad incluso para optar, si él así lo desea, por opciones culturales diferentes. El ser humano no puede ser prisionero, objeto ni medio de ningún sistema cultural incluyendo el suyo propio, y pensar lo contrario es conducir la sociedad o el colectivo humano hacia el autoritarismo, la dictadura y el infierno fundamentalista en el que, parece, Turpo se siente más que cómodo.

Como todo universalismo le huele a “chicharrón de cebo” arremete tanto contra la “espada y la cruz” del dominio español, como contra la teoría crítica marxista porque, en el peculiar razonamiento de este personaje, ambos representan el dominio colonial en América Latina, perdiendo de vista el sentido de clase y la perspectiva histórica diferente que ambos representan. En el extremo de esta argumentación todo lo que proviene del “mundo mestizo” es recusable por su origen supuestamente “externo” a la “matriz cultural andina”, como si una u otra matriz fueran entidades orgánicas o “cosas” con perfiles definidos en envolturas propias. Sin embargo lo que es risible es que en su maniática recusación de ego hinchado, acude sin remilgos a términos y conceptos del vocabulario marxista y neoliberal para apoyar su cháchara vacía, como los términos aquellos de “santuario de la lucha de clases”, “colonización mental”, “parlamento burgués” “izquierda cavernaria” y otros, desparramados en uno de sus panfletos recientes. Aureliano mañosamente (no le queda otro recurso) toma como el muñeco de su “ira santa” a la “izquierda” manualista, dogmática y mecanicista de los años 70 (la “izquierda” del dogmático Lora Cam), golpeando desde las orillas de otro manualismo, dogmatismo y mecanicismo: el “etnopensamiento tawantinsuyano”, con los mismos ardides argumentales de Lora Cam, intentanto hacer creer a los desprevenidos lectores que el pensamiento mecanicista de esa izquierda es el pensamiento marxista “modélico”, sin barruntar siquiera las líneas elementales del desarrollo de la teoría crítica marxista a lo largo del siglo XX y hasta la fecha, porque en su ignorancia supina no tiene otro escenario cognoscitivos o, como ya es característico en él, o porque es el primer creyente de sus propias y fanatizadas mentiras. Turpo, en otras palabras, fabrica sus propios desafinados molinos de viento y rompe lanzas contra ellos en el delirio de estar en un mundo que ya pasó y en el cual, yo personalmente, no me siento representado ni aludido salvo por las bravatas de callejón y chaveta al que este personaje quiere conducirme.
La investigación histórica que dizque hacer Aureliano no es investigación sino ideología; no es ciencia sino pura construcción ideativa convenienciosa; fantasías “etnoturpeanas” para apoyar la locura de un `proyecto cultural “universalista al revés” sin contexto y, al final de cuentas, sin historia, sin memoria, sin praxis, desmedulado; sólo Turpo, puro Turpo y nada más que Turpo.

Últimamente, su arrebatada imaginación y su incapacidad para oponer argumentos inteligentes contra argumentos bien pensados, lo conducen a la lógica de la descalificación, del insulto a mansalva y del dedo acusete: descalificar al oponente para pretender, por este atajo, descalificar las ideas; insultar (“perros falderos” “secta política parroquial etnogenocida”, “filipillos de la secta maoísta”) para envenenar la polémica y conducirme a una pelea de callejón donde parece que Turpo tiene algunas habilidades, pero en lo que yo no pretendo caer por respeto a los demás y a mi propia persona.