viernes, 21 de septiembre de 2012

PUNO EN EL SIGLO XX: REFLEXIONES PROVOCADORAS
Puno ingresa al siglo XX de la mano de la lógica organizacional de la formación social peruana: de sus clases sociales, sus afectos y desafectos, su régimen político, las luchas sociales y la organización económica. Su destino, por lo tanto, está fuertemente marcado por las tensiones y pulsaciones que enfrentan a las clases gobernantes y subordinadas entre sí, como entre las propias clases gobernantes.
Esta lógica organizacional de la formación social nacional le depara a Puno una ubicación subordinada y marginal en el diseño de la dominación y explotación nacional por el capital foráneo primero inglés y luego norteamericano, que moldea su economía y su perfil social según las necesidades extractivistas y expoliadoras del capitalismo extravertido, con la mediación inicial de una clase terrateniente (hacendados serranos) y un poder local amancebados con la burguesía intermediaria del país en ese bloque dominante tradicionalmente conocido como oligarquía. De allí que, cuando se mejoran los precios internacionales de la fibra de los camélidos sudamericanos, los hacendados serranos acostumbrados a la explotación en extensión de los recursos productivos, no tienen otra alternativa que (en una suerte de acumulación primitiva del capital) abalanzarse rapiñezcamente sobre las tierras de las comunidades indígenas y sobre los propios moradores, para aumentar sus extensiones territoriales y la producción de fibra, induciendo a la respuesta violenta y la sofocación también violenta de la masa indígena a lo largo de una historia -levantamiento contra los gamonales en Chucuito, Azángaro y Puno, 1904-5, quejas de indios expoliados, 1913; levantamiento de Rumi Maqui, 1915- que está lejos de haber sido investigada y contada en todos sus términos. La formación social regional o subnacional, entonces, sólo podía garantizar su cohesión básica interna por el lado de la sociedad política y no de la sociedad civil. De la sociedad política, mediante el uso del concepto y el instrumental de la coacción oficial que opera en los espacios de las fuerzas represivas y los tribunales de justicia. La sociedad civil, en cambio, muestra, en esos años, un desarrollo incipiente y desorganizado, incapaz de procesar una hegemonía ideológica, política, cultural y moral diferente y alternativa al dominio del “bloque” civil-militar en el poder nacional. Por ello es que la política en Puno al no poder traducirse directamente como política en la política misma, apeló a la cultura como un medio de manifestación anómica de la política. La literatura, la poesía y el arte, entre otros, no son en esencia, la manifestación vaporosa y encantadora del espíritu arrobado en la contemplación indescifrable del mundo, sino la elegía arrebatada y sintiente del dolor vital y existencial del ser que sufre y en ese sufrimiento intenta encontrar los causes para el bálsamo reparador, ya sea mirando un pasado glorioso o un futuro promisorio pero utópico.

Sin embargo la “elite” cultural (si es que es posible hablar de una “étite” en este sentido), está inhabilitada genéticamente para constituirse en una “élite” política y menos en una “élite” económica, porque no tiene en sí y no tiene por qué tenerlos, los requisitos de la política: el ideario, la voluntad, la racionalidad y el gusto por el poder, algo de lo que Puno ha adolecido a lo largo del siglo XX, como ha adolecido también de una clase social hegemónica capaz de articular los ejes y procesos dinámicos de un desarrollo endógeno emancipador.

El progreso y la industrialización que llegó a Lima en el primer tercio del siglo XX, y continuó en la extensión de este siglo bajo el paradigma de la inversión sustitutiva o de la sedimentación de un capitalismo norteamericano, principalmente, de intercambio desigual y básicamente agro-minero extractivo exportador, no tuvo repercusiones fecundantes y trascendentales en el organismo económico de Puno que continuó subsistiendo marginalmente en el esquema y el dinamismo de las clases y grupos sociales tradicionales. El “indigenismo” como corriente de pensamiento que agita el problema del indio en el Perú y que se prolonga hasta el segundo tercio del siglo XX, no fue suficiente para encrespar las palúdicas aguas de la ideología convencional en Puno, salvo el catecismo y la invocatoria del primer “indio socialista”, como así lo llama Mariátegui a Ezquiel Urbiola, convencido socialista y agonista organizador práctico de la revolución socialista en el Perú desde la andina voluntad telúrica, y la inteligente demanda regionalista y descentralista de Emilio Romero.

Durante la segunda guerra mundial, con la mejora de los precios de algunos productos agropecuarios, a lo que se suma el crecimiento demográfico y el estancamiento de la producción de la comunidades indígenas, se reinicia, nuevamente, el conflicto entre los hacendados y la población comunal, en un contexto donde el mundo citadino cobra mayor relieve en el protagonismo político regional y en la conducción del Estado, por el crecimiento y solidificación de una clase media tradicional y emergente que se apropia activamente de los espacios institucionales, especialmente públicos y que da vida a los colectivos políticos (izquierda, Apra, etc.) que anhelan insertarse en la protesta social, particularmente campesina y de clase media. La economía cobra diversidad en el campo de los servicios y del comercio, dando lugar a una heterogeneidad de grupos y categorías sociales que matizan el perfil societal de Puno, pluralizan la vida política, enriquecen la existencia cultural y diversifican las pugnas por el poder político en la región y desde la región hacia el poder central concentrado en la Capital de la República. El tema del centralismo y la necesidad de la descentralización cobran, en estas circunstancias, una nueva viada en razón a que la clase media en proceso de desarrollo aspira a tener, en el espacio regional, sus propias oportunidades de poder tanto en la administración regional como local.

La crisis final del Estado Oligárquico en el Perú, iniciada el año 1930, agudizada en las décadas del 50 y 60 y culminada en el año 1968 con el golpe militar de las Fuerzas Armadas, puso en el tintero de la conciencia regional el tema de la urgencia de la reforma agraria y de la presencia del capital extranjero en el Perú, en el marco de mayores flujos migratorios del campo a la ciudad y los movimientos guerrilleros en la década del 60, que van galvanizando la conciencia regional en el sentido de una conciencia más reivindicatoria de lo nacional y de lo popular. La pluralidad demográfica y social regional acerca más la conciencia social hacia lo popular, y no simplemente lo clasista, como una forma de identificación de la diversidad en torno a metas y valores comunes. La Universidad Pública de Puno (hoy UNA-Puno) con su reapertura en los años 60, se constituirá en el semillero de nuevos actores de la política especialmente en su versión de izquierda radical, que habrían de protagonizar en los años 70 “explosiones sociales catastróficas” con incidencia en la memoria social colectiva, que aún hoy forman parte de la simbología y mitología popular. La Universidad también incide en la formación de los cuadros académicos y profesionales que progresivamente van ocupando, hasta hoy, los diferentes espacios de vida laboral que ofrece el cuerpo económico puneño, desplazando, en cierto modo, posibilidades para la inmigración de profesionales de otras latitudes.

En este periodo resurge la poesía indigenista en Puno institucionalizada por el Grupo Orkopata guiado por Gamaliel Churata, resaltándose el apego a lo nacional y el énfasis en lo social con intenciones reivindicativas, en discrepancia con la poesía reflexiva y absoluta, proveniente del vanguardismo, muy lejana de la temática social, y que es reivindicada por la política culta e inteligente como un componente importante de una política integral pensada y activada por los cuadros de la clase media más lúcidamente comprometidos con el cambio social. La poesía, la literatura y el arte continúan siendo, hasta hoy, un importante espacio para la creatividad, imaginación, la protesta y la identidad social desde las canteras de una subjetividad discrepante con la racionalidad occidental clásica; como una forma diferente de autoidentificación que gana progresivamente el interés y el ánimo de los sujetos sociales diferentes. La extensión de la educación formal oficial ayuda, de alguna manera, en este proceso.

El gobierno de las FFAA inaugurado el año 1968, con el golpe de Estado del General Velasco Alvarado, ubica en el candelero de la opinión pública y el interés regional, el tema y el acto de la reforma Agraria. La clase hacendaria regional en franca e irreversible descomposición económica y política, es expropiada por el gobierno de los militares y diluida en un proceso centralizado, burocrático y técnico que desemboca formalmente en la constitución de empresas agrarias formalmente en manos de los campesinos y realmente en poder de una tecnoburocracia que terminó dando al traste con el experimento, en tanto que el poder comunal cobraba nuevos bríos, se organizaba y adquiría liderazgo y protagonismo en la recuperación de sus tierras comunales y la parcelación de las empresas agrarias, bajo la conducción de una izquierda que no tenía muy claro el destino de todo este proceso concreto.

Al disolverse el poder hacendario como el poder que de alguna manera organizaba y garantizaba la dominación en el medio rural, y en algunos espacios del medio urbano, se configuró un vacío de poder que el Estado intentó llenar mediante la acción política y tecnoburocrática de los responsables políticos y funcionarios públicos de la región, haciendo uso de los medios de una planificación centralizada hasta donde le alcanzó oxigeno al gobierno de los militares y, luego de ello, a su caída, desactivados los organismos de la planificación oficial, mediante los sectores de la institucionalidad nacional-regional debilitados, fragmentados y socialmente deslegitimados.

El primer gobierno aprista de Alan García (1985-1990) que representó el hipo final del corroído modelo de “sustitución de importaciones” en el país, trayendo como efectos prácticos el colapso de la economía nacional, la hiperinflación y el aislamiento internacional del país, socialmente no pudo ofrecer al pueblo más que menudencias populistas como el crédito cero para la población campesina de Puno. No hubo un modelo reformista claro y convincente de desarrollo del país y sí mucha demagogia y corrupción que acabaron por sepultar políticamente al partido de la estrella. En el entretanto, el primer Gobierno Regional llamado “José Carlos Mariátegui”, compuesto por los departamentos de Puno, Moquegua y Tacna abrió el escenario institucional para la formación y el adiestramiento de una emergente y auspiciosa clase política regional, en una experiencia no reeditada hasta el momento, al mismo tiempo que el senderismo desplegaba, también en esta parte del país, sus bandas organizadas para la violencia y el asesinato de líderes y hombres y mujeres inocentes. El uso de las armas de la guerra en el escenario de la política regional, por parte del senderismo, terminó por arrinconar la política en la ciudad, despartidarizándose el campo que quedó librado a la violencia impune del senderismo como de las fuerzas represivas. Esta es, también, otra de las historias de Puno que la investigación y la academia no se ha dignado prestar suficiente atención, no por el prurito del saber idealizado y contrito sino porque los puneños y puneñistas necesitamos asumir como una sufriente queja histórica para que la historia no se vuelva a repetir.

Con el colapso de la reforma agraria por las fisuras y contradicciones del propio sistema global; el puntillazo final del alanismo que abrió las puertas para la parcelación a instancias de la derecha política cerril que jamás le perdonó a Velasco su atrevimiento confiscatorio, y por el avance de la “vía campesina” impulsada por el Partido Unificado mariateguista (PUM), el campo quedó librado a su propia suerte. La “vía campesina” no cuajó en la vida real, que siguió las trayectorias marcadas nuevamente por la lógica del capitalismo en el Perú, de un capitalismo que continuó privilegiando la costa y, en cierto modo la selva, como las áreas priorizadas para su inversión.

Con el advenimiento del neoliberalismo (no hay que olvidar que se inicia durante el segundo gobierno de Belaúnde Terry 1980-1985) y su condensación en el Perú por obra y gracia del fujimorismo a partir de la década del 90, Puno ve aumentar su condición diferencial en el conjunto del país: la población rural se invisibiliza más, la producción agropecuaria se debilita ostensiblemente, los núcleos urbanos crecen desordenada y caóticamente engendrando nuevos y más problemas urbanos que los alcaldes se muestran impotentes de resolver, la pobreza sigue lastimando la conciencia sensible de cualquier observador comprometido con el destino de la región, crece el sector de los servicios y la actividad comercial, alimentada por el contrabando y actividades nada santas, se apodera prácticamente de la vida urbana donde el crecimiento de la burocracia estatal (a pesar de los atisbos reduccionistas del neoliberalismo) alimenta las expectativas laborales de una población, especialmente joven, que padece por la ausencia de oportunidades de trabajo, calificación y esperanzas de un mejor vivir.

La crisis de los colectivos políticos y, por lo tanto, su decaimiento electoral significativo abre la “Caja de Pandora” de los despartidizados que se aúpan en la ola neoliberal y la mercantilización de la política, para acceder al poder político regional y nacional, sin dividendos positivos para Puno cuyos escasos reflejos de crecimiento, ahora estimulados por la sociedad mundo y los “cantos de sirena” del neoliberalismo criollo sostenido por la retahíla de gobiernos que han sucedido al desprestigiado y corrrompido gobierno fuji-montesinista, sólo han dado la clarinada en las ondas ideológica y técnicas impuestas por la “clase política” nacional, el centralismo y las necesidades del gran capital internacional.

Puno, en consecuencia, sigue adoleciendo de un proyecto político regional consensualizado y activador de la conciencia y la voluntad colectiva regional. Las clases tradicionales, políticas y económicas, en su venalidad y mediocridad jamás supieron encabalgar una propuesta hegemónica con una visión desarrollista; y los actores políticos que las sucedieron en el protagonismo político y la conducción del Estado en la esfera regional, tampoco tuvieron la altura, la inteligencia y menos la voluntad de contribuir a la edificación de una propuesta colectiva que entusiasme y anime para el cambio. Los ofrecimientos tramposos de una política que asume la cosa pública de una manera patrimonialista y prebendista, sólo han contribuido al desprestigio de la política, al desánimo y a la desesperanza de una población cada vez más escaldada con la traición, la medianía y la estupidez de los actores de la política.

A la finalización del siglo XX encontramos a un Puno agobiado por problemas de envergadura que provienen desde los inicios de este siglo pero, al mismo tiempo, por problemas nuevos que emanan del nuevo entramado estructural que identifica al país y lo subordina al sistema mundo, que el grupo direccional en la política regional no percibe con claridad y, parece, no tener el deseo de hacerlo. Se sigue pensando ingenuamente que la fuerza de la política puede remplazar a la fuerza de la economía y que, en consecuencia, los actores de la política y sus decisiones gubernamentales subnacionales son más que suficientes para echar a andar la desvencijada maquinaria económica regional en procura de un supuesto desarrollo mal entendido y peor digerido, contraviniendo las leyes de la sociedad, aquellas según las cuales sólo la fuerza protagónica de los actores económicos podría garantizar un desarrollo endógeno, integral y equilibrado de la sociedad, en este caso subnacional. La política institucionalizada, en todo caso, juega en este escenario de responsabilidades el papel coadyuvante para que brote la economía desde las coordinadas regionales, con iniciativa y capacidad negociadora con el poder central, algo que hasta el momento, salvo algunas embrionarias acciones del primer gobierno regional de Puno, Moquegua y Tacna (“José Carlos Mariátegui”), no se ha hecho con voluntad y eficacia. En lo general se ha preferido la mansedumbre y la subordinación al poder central o, en el polo opuesto, la confrontación dura pero ineficaz. Mientras que en el entretanto la población del campo y la ciudad madura disgustos y fermenta esperanzas, restaña laceraciones éticas y construye ilusiones en una simbiosis paradójica como todas las paradojas que han hecho de Puno una realidad compleja, bullente y desafiante. Espera el mesías colectivo capaz de reoriginar la política y refundamentar la utopía tras la cual el imaginario colectivo encontrará, por fin, la energía movilizadora para el real cambio que se espera en Puno.

Ingresamos al nuevo siglo, el siglo XXI, con la gaseosa y mesiánica esperanza de cambios connotantes estandarizados por los valores mundiales impuestos por la globalización y el neoliberalismo, y la ideología destilada profusamente desde las fuentes intelectuales y conservadoras del país, que se reflejan pasiva y acríticamente en el caudillaje regional y en una intelectualidad palúdica y repetitiva de los centros académicos, que no atina a ver más allá del talmud neoliberal para explicar la problemática regional y las perspectivas de Puno, en el nuevo andamiaje construido por la historia nacional y mundial. Se comienza, entonces, a ver a Puno como una región “bendecida” por la naturaleza con recursos ingentes para la exportación y el crecimiento sobre la bases de los frutos de esta exportación, sin reflexionar seriamente sobre las lecciones de nuestra propia historia regional en cuanto a estas “bendiciones” y exabruptos desarrollistas similares que jamás conllevaron el “desarrollo humano” de la sociedad plural y sencilla de la región, sino de los tradicionales y nuevos grupos de poder económico y social en un sistema social siempre jerarquizado y reciclado.

La intelección de país asumida, mantenida y actualizada desde el gobierno de Fujimori, pasando por los de Toledo, Alan García e incluso el actual, de Ollanta Humala luego del abandono de la Gran Transformación, sólo han concretizado más de lo mismo en el sentido de la condensación de un modelo de país extravertido, extractivista, desnacionalizado, dessoberanizado, centralista y socialmente asimétrico, por lo que el destino de Puno librado a esta tendencia “natural” de las fuerzas económicas que obran en el país y las políticas que las expresan nacional y regionalmente, no ofrecen la esperanza de una transformación fundamental de la formación social regional en materia de edificación económica, organización social, robustecimiento cultural y ético y democracia. Peor todavía si los actores de la política, individuales y colectivos, tal como lo demuestran los hechos, mantienen su incompetencia para la creación de un “buen sentido” de la política trasuntado en un ideario regional orgánico y una práctica eficiente y ética.

El barruntar de una salida global e integral de esta “jaula de hierro” representada por la racionalidad de la modernidad capitalista en la región de Puno, sólo puede ser colectiva y no burocrática, de conciencia social regional y no sólo segmentaria y elitista, de voluntad activa y no sólo de compromisos formales, de visión estratégica y no sólo táctica, y de una perspectiva glocalizadora y no sólo globalizadora como propugnan los capitostes del neoliberalismo fundamentalista del país y sus remedos regionales.









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