domingo, 4 de julio de 2010

SOBRE ELECCIONES UNIVERSITARIAS, AUTORIDADES Y ÉTICA

La noticia más reciente sobre las universidades en el Perú, además de la movida senderista en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM) con el tema de las “banderas rojas” y el despropósito de la libertad de Abimael Guzmán, está la de la aprobación por el pleno del Congreso de una ley que conduciría a la elección de los rectores mediante el “sufragio directo, universal y secreto” con la participación de docentes, estudiantes y seguramente graduados.

Todo conduce a pensar que esta decisión congresal obedece al anidamiento en esta y quizás otras universidades, de algunos remanentes senderistas posiblemente “acuerdistas” como señala el historiador Zapata en un diario de circulación nacional; como parte de un conjunto de decisiones orientadas a “frenar” el avance del radicalismo en las instituciones universitarias, sin un análisis muy serio de las consecuencias que también ello acarrearía.

Las “elecciones universales” son un producto de la sociedad moderna capitalista y la ideología liberal que la sustenta; importante desde diferentes puntos de vista porque configura al “sujeto corporativo” del “mundo de la necesidad”, proveniente de las sociedades anteriores, en un sujeto político capaz de actuar con autonomía y libertad tras sus propios ideales y utopías marcadas, indudablemente, por intereses colectivos procesados científica y doctrinalmente. El liberalismo y el marxismo son, sin ir muy lejos, algunos de estos procesamientos intelectuales más importantes desde el siglo XIX hasta la fecha.

Sin embargo en el descenso de la propuesta, desde el cielo de la teoría al infierno de la práctica, la teoría liberal del “sufragio directo, universal y secreto” ha adquirido innumerables deformaciones, vicios y enfermedades que, prácticamente, la han vuelto irreconocible. Una de ellas, quizás la más resaltante, es el abominable sentido instrumental que ha venido adquiriendo para permitir llegar al poder con fines de corruptela y con mecanismos que la acompañan de similar naturaleza como son los de: la demagogia y el engaño, la compra de conciencias, la “guerra sucia”, la alianza de los candidatos con los “poderes fácticos”, la inversión de dinero calculadamente recuperable con el uso del poder, el chantaje y hasta la violencia física, medios todos que anulan el sentido original y profundo de las “elecciones universales” asentado en la autonomía, la información y la libertad del ciudadano para decidir con independencia.

Esto que digo se ha vuelto una práctica casi común en todos los niveles de la participación ciudadana, desde el más alto para elegir a presidentes y congresistas, pasando por las elecciones para elegir a las autoridades regionales, hasta las elecciones de alcaldes y regidores, donde el sentido de la “inversión económica” (“cuánto pongo y cuánto gano”), es el eje del razonamiento y de los cálculos en los sujetos de la política, incluyendo a quienes, como parte de los colectivos políticos, acompañan interesadamente a los candidatos. Y la lógica es tan poderosa que cualquier espacio de la institucionalidad nacional pública o privada que se abra a procesos electorales, inmediatamente se ve contaminado por el espíritu malsano del sufragio “realmente existente”, sin que hasta la fecha nadie haya podido ofrecer alternativas efectivas para su erradicación.

¿Qué tan lejos, en consecuencia, están las universidades de no sufrir esta terrible pandemia y salir bien paradas en procesos eleccionarios internos sanos que den lugar a autoridades potables moral y académicamente? No están lejos sino más cerca de lo que pensamos.

Por la experiencia tenida hasta el momento con elección de autoridades por el procedimiento de una democracia indirecta, que también es por si acaso liberal y democrática, se puede determinar fácilmente que han campeado todos los males arriba denunciados, todos “con pelos y señales”, sin que falte ninguno, sólo que en pequeño, es decir en el espacio de esferas más circunscritas como las de la asamblea universitaria y consejos de facultad y, en algún sentido, del consejo universitario. ¿Qué impediría, en consecuencia, la extensión de esta práctica a una esfera mayor como la del universo de profesores, estudiantes y graduados de la universidad? Nada, si es que no se piensa con seriedad en esta posibilidad evidente por sí misma y en procedimientos formales y prácticos que, por lo menos, la limiten efectivamente.

La introducción de la lógica de la “elección universal” para la elección de las autoridades universitarias, puede conducir, dadas estas circunstancias, a la maximización de la “racionalidad instrumental” en la planificación y realización de las campañas electorales y a la peligrosa introducción en el escenario de la política universitaria de un conjunto de “poderes reales” extrauniversitarios, especialmente económicos, con la pérfida idea de hacerse de los recursos públicos universitarios de una manera exactamente igual como se hacen de estos recursos en otras esferas de la institucionalidad pública, vía licitaciones, contratos y procesos de compra-venta en los que se han ensuciado, hasta ahora, muchos personajes de la vida política regional y nacional.

Si la tendencia real va por el lado de “elecciones universales” para designar a las autoridades universitarias, es bueno pensar en un conjunto de medidas adicionales que por lo menos limiten el desbordamiento de estas prácticas nefastas en la universidad como, verbigracia, la obligación de los candidatos a informar sobre la procedencia de los fondos de campaña, el establecimiento de topes en el gasto de la campaña, la posibilidad de la revocatoria en el mandato de los elegidos, la vigilancia ciudadana sobre el cumplimiento de las “ofertas” electorales, etc.

Y volviendo a la causa que habría, sino provocado por lo menos acelerado, esta decisión de los “padres de la patria”: el “rebrote del senderismo en la universidad” es necesario preguntarse también sobre su real efectividad. No hay nada que demuestre fehacientemente que la ampliación de la cobertura de votantes y decisores en la política universitaria disminuya el activismo de la secta senderista, por el contrario pareciera más bien que la favorece. No por las puras los llamados “acuerdistas” de sendero luminoso muestran un entusiasmo a prueba de balas por conseguir su inclusión en la vida política nacional.

La naturaleza académica y científica de la universidad se levanta sobre la capacidad de duda, reflexión y debate de sus integrantes, sin la cual la universidad podría ser todo menos universidad; y en el debate de ideas se configuran naturalmente ideologías, doctrinas y propuestas políticas. Ello ha sido así por el “orden y naturaleza de las cosas” sin que haya nada que lo altere salvo modificando la esencia de la universidad que es como decir desaparecerla. De allí que el único camino efectivo para superar una disputa ideológica y política está en el debate de ideas, el logro de consensos y la construcción de hegemonías morales, culturales e ideológicas; camino generalmente obviado por los candidatos a cargos públicos que prefieren apelar a las afectividades de la población más que a su dimensión racional.