sábado, 30 de agosto de 2008

EL “TRANSFUGUISMO”: LA METÁSTASIS DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS


La política hay que entenderla, más allá de la visión rudimentaria que ha venido predominando en los fueros del sentido común, como una actividad muy importante; tan importante que a partir de allí se definen las líneas de acción fundamentales del país y las instituciones, nos guste o no nos guste. En ese sentido, es toda aquella actividad social relacionada con el poder, con el acceso al mismo, su cuestionamiento, su construcción o reconfiguración, a partir de la ideación y voluntad política de los actores sociales individuales y colectivos.

Históricamente, la política emerge con la división en clases, grupos y categorías sociales que compiten entre sí por el acceso al poder y su control en beneficio inmediato de los grupos dominantes y hegemónicos, con un sentido originariamente corporativo que, paulatinamente, va ampliando sus horizontes hasta adoptar, en la época moderna, la forma de un “universalismo” por lo menos formalmente inclusivo que, en términos de virtud ética, se traduce en la búsqueda del bienestar de de los demás.

La territorialización de la política, en el sentido de su funcionalidad concreta, sin embargo, ha necesitado del accionar especializado de un grupo organizado de personas que le dan vida, dinamismo, protagonismo y rostro. Ese grupo son los proto partidos de la sociedad tradicional (facciones, clanes, clubes, comités, etc.) y los partidos políticos de la época moderna que actúan como los intelectuales orgánicos colectivos (Gramsci) de las clases, fracciones y grupos sociales que tienen la pretensión, explícita o no, de gobernar la sociedad en cualquiera de sus instancias de configuración estatal; la más importante, por cierto, el Poder Central sintetizado en el Poder Ejecutivo del Estado. Se podría decir, en este sentido, que “en general, el desarrollo de los partidos parece ligado al de la democracia, es decir, a la extensión del sufragio popular y de las prerrogativas parlamentarias. Cuanto más ven crecer sus funciones y su independencia las asambleas políticas, más sienten sus miembros la necesidad de agruparse por afinidades, a fin de actuar de acuerdo; cuanto más se extiende y se multiplica el derecho al voto, más necesario se hace organizar a los electores a través de comités capaces de dar a conocer a los candidatos y de canalizar los sufragios en su dirección…(Duverger,1957:15-16).

En la época moderna del capitalismo clásico e “ilustrado”, los partidos políticos adquieren una notoriedad mayor, porque en el sistema político asumen la importante función de mediación entre el Estado y la sociedad, procesando, priorizando, organizando y proyectando las demandas de esta última, hacia el Estado y la clase gobernante. De allí que su legitimación primera y la calidad de representación de los partidos políticos haya estado, en primer lugar, en la eficacia de esta mediación, para lo que, ya se trate de un partido de “derecha”, de “izquierda” o de “centro”, con todas las variantes que esto supone, los partidos políticos orgánicos con los colectivos sociales a los que representan, han necesitado siempre de su consolidación y proyección histórica con inteligencia, intuición y capacidad directriz.

La consolidación y perfilamiento de los partidos políticos, como intelectuales orgánicos colectivos, necesita de la calidad moral de la gente que los constituyen, de una ideología fuerte, de un programa visionario y creíble, de una estructura organizativa consistente, y de políticas y estrategias que le brinden posibilidades de poder. Sin estos requisitos, los partidos políticos no pasan de ser instrumentos fusibles de candidatos descartables, orientados únicamente por sus intereses personales y, cuando más, corporativos, como los tantos que hemos tenido a lo largo de nuestra vida republicana que le han hecho tanto daño a la política y al país.

Todo esto a lo que me estoy refiriendo se puede condensar en la palabra “gente”, porque es la gente que con su calidad ética, profesional y personal, la que construye al partido político, le da vida, lo dota de un programa político y le garantiza protagonismo en el escenario social. Y si ello es así, el “transfuguismo” es un fenómeno de enorme peligrosidad para las posibilidades de construcción partidaria, especialmente en un país donde la política se encuentra en crisis.

El transfuguismo es una acepción de la cultura popular, para referirse a la conducta aquella de cambio en la pertenencia político partidaria por consideraciones personales que, en la mayor parte de los casos, se enmascaran tras justificaciones ideológicas, políticas y organizacionales. En los años más recientes, ese enmascaramiento ha encontrado en el “independientismo” una forma de justificación aparentemente moderna, ante la crisis de las ideologías y los paradigmas políticos.

Si en un periodo en el que los partidos políticos tuvieron una mayor vigencia que ahora, por ejemplo entre los años 50 y 80 del Siglo anterior, por poner algunas fechas, los tránsfugas no vulneraron en demasía el perfil de los partidos políticos, hoy, por el contrario, constituyen un factor gravitante de socavamiento de los mismos y de sus posibilidades de desarrollo; lo que no es bueno para una política seria y responsable, para la democracia y la vida cívica.

Hay, sin embargo, otras diferencias importantes entre el transfuguismo tradicional y el transfuguismo actual. Mientras que el transfuguismo que encontramos a lo largo del Siglo XX es una actitud especialmente de perfil bajo, de una cierta y resignada autocrítica de quien lo comete, y de recusación colectiva; hoy el transfuguismo, más bien, tiende a convertirse en una actitud de perfil agresivo, de relumbrante autocomplacencia y de cierta resignación social; casi como si esta perniciosa actividad tendiera a adoptar una forma de sentido común y un rasgo psicológico del “buen hacer” de la política.

La crisis de los grandes paradigmas ideológicos y de la política, así como el advenimiento del neoliberalismo ideológico que ha quebrado los valores tradicionales en la política, fomentando el individualismo, el pragmatismo silvestre y las más nauseabundas formas de oportunismo político, han convertido esta práctica personal en un fenómeno maligno para los partidos políticos, por las siguientes razones:
  • El transfuguismo desmoraliza a la militancia política, porque el traslape político debilita las convicciones ideológicas, socava las creencias, destruye la responsabilidad política y erosiona los valores morales de la militancia partidaria; al mismo tiempo que proyecta, en la sociedad en general, una imagen distorsionada de la política, como la política del felón oportunista única válida para ser exitosos en la vida social.
  • El transfuguismo desmorona las posibilidades de construcción orgánica de los partidos políticos, porque escinde, divide y fragmenta la organización produciendo daños, muchas veces irreparables, en los colectivos políticos especialmente cuando estos son emergentes.
  • El transfuguismo introduce en los partidos políticos, el virus de una cultura política volátil, inmediatista, light, indefinida, venal y acomodaticia, pero en el fondo conservadora, antiidentitaria y funcional a los intereses de los grupos tradicionales del país y el mundo.
  • El transfuguismo erosiona seriamente la posibilidad de edificar una clase política nacional y regional, seria, consistente y orgánica con los intereses de las clases y grupos sociales, porque quita espacio y visibilidad para el protagonismo de sujetos políticos en condiciones de adecentar la política y restituirle su valor original, y porque introduce en la política el cálculo de la racionalidad instrumental, por sobre la racionalidad como un proyecto de vida y de rehumanización social.
  • El transfuguismo, finalmente, ancla a los partidos políticos en el dualismo ser gobierno o ser oposición política electoral, restándoles capacidad y facultades para operar exitosamente en los terrenos más amplios del desarrollo, la organización social y la construcción de hegemonía política, ideológica, moral y cultural.

La organización y revitalización de los partidos políticos para convertirlos de simples maquinarias electorales, en colectivos políticos para la educación y organización social o, como decía Gramsci, para que los sujetos sociales puedan dar el salto del mundo de la “necesidad” (económico, corporativo, inmediatista, clase en sí), al mundo de la “libertad” (clase para sí), necesita de una lucha frontal contra el transfuguismo tanto en la cabeza de los tránsfugas como en la psicología y el sentido común de las clases populares que, por la introyección ideológica del neoliberalismo, han forjado la idea de que el “oportunismo de la conveniencia” es el sello del triunfador moderno.

En este sentido, las normas electorales introducidas recientemente, como un reflejo de la preocupación anotada para controlar el transfuguismo, son importantes pero no suficientes. Se necesita, además, de una profunda reforma en la cultura política de la ciudadanía y, en particular, de las militancias políticas y los liderazgos responsables que permita la autocensura y el control de toda ideología y conducta que promuevan el transfuguismo político. La educación política, la apertura de espacios para el debate y la reflexión colectiva, la democratización de los partidos, el mejoramiento en la calidad organizacional, entre otras, son medidas que han de permitir trabajar en este sentido.

Claves bibliográficas

  1. Arias Quincot, César, La modernización autoritaria, Fundación Friedrich Ebert, Lima, 1994.
  2. Antonio Gramsci. Antología, selección, traducción y notas de Manuel Sacristán, Siglo XXI Editores, México, 1978.
  3. Duverger, Maurice, Los partidos políticos, FCE, México, 1957.
  4. Revista Cuestión de Estado Ns. 38-39, Lima.



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