martes, 19 de agosto de 2008

EL PROBLEMA DEL “DESARROLLO”: ¿UN PROBLEMA DE COSAS O DE PERSONAS?

Es un lugar común en el discurso oficial de las instituciones del Estado como de toda la variedad de organismos de la sociedad civil, el decir que la apuesta estratégica de los actores sociales y políticos y colectividades de naturaleza diversa, transita por la búsqueda del “desarrollo” del país, aunque no se tenga una idea clara de lo que se entiende por esta palabra que, en su generalidad, pareciera haberse convertido en la varita mágica que cautiva todas las entendederas y todas las voluntades.

El tiempo transcurrido desde la conclusión de la II Guerra Mundial, en que el concepto adquiere carta de ciudadanía por motivación y acción de organizaciones internacionales como las Naciones Unidas (NNUU), hasta la fecha, parece no haber sido suficiente para perfilar y cualificar su sentido real, requisitos e implicancias, especialmente en quienes tienen la mayor responsabilidad en la conducción de los destinos del país y sus regiones como la nuestra (región de Puno), particularmente urgida por encontrar el derrotero adecuado que le permita salir del atraso, la pobreza y el abandono secular.

Ello no significa, sin embargo, que no se haya hablado, discutido y reflexionado sobre el tema. Todo lo contrario, mucho papel y tinta ha corrido desde entonces para fundamentar y refundamentar el “desarrollo” como el concepto, sino central por lo menos de importancia mayor, en cualquier programa de renovación sustancial del país, los departamentos y localidades de diferente envergadura; pero desde un enfoque normativo y no fáctico.

EL ENFOQUE NORMATIVO se caracteriza por ser deductivista, por partir de las ideaciones (o ilusiones)individuales y colectivas y luego pretender su instalación en la realidad y por, en este sentido, desconocer las premisas materiales y los límites de la propuesta. Al obviar la matriz “objetiva” básica sobre la que se diseñan los contenidos del “desarrollo”, el camino queda completamente libre para la sumatoria ad infinitum de cualidades a cual mejor, pergueñadas por la intelectualidad de la más variada representación social, configurando lo que alguien dijo, allá por los años 80 del siglo anterior, en pleno hervor del debate, que el concepto de “desarrollo” tenía la forma de un saco sin fondo donde podía ingresar de todo sin que al final no quede nada.

El enfoque normativo es gnoseológicamente, en consecuencia, subjetivo porque intenta acomodar la realidad al pensamiento de los sujetos cognoscentes marcado por ideologías tanto de derecha como de izquierda. Si es de derecha, la utopía del “desarrollo” esteriliza completamente su ideario de todo aquello que tenga que ver con las clases sociales, su interjuego y sus trayectorias históricas, reduciendo el análisis a las estructuras, instituciones, roles, status e individuos ideológica y psicológicamente condicionados a esperar, en largas e inacabables jornadas de espera, los beneficios de algunos de los tantos “modelos” económicos dizque de “desarrollo” impulsados por las clases propietarias del país, ya sea por la vía de las “necesidades”, de las “necesidades básicas” o del “chorreo” neoliberal. Más de 50 años de pragmatización de conceptos de “desarrollo” de esta naturaleza, provenientes de la caja de ilusiones de la derecha tradicional o “moderna” no han hecho sino recalar en lo de siempre: que la clases pudientes, a resumidas cuentas, han resultado más pudientes que antes, y las clases populares más pobres que al inicio del proceso. Ahora, si el asunto es de izquierda, el normativismo desarrollista ha cuajado en marcos direccionales interesantes y hasta socialmente convocantes en ciertas coyunturas del despliegue social crítico antihegemónico, pero sin una viabilidad sustancial capaz de posibilitar la superación de los marcos aherrojantes del capitalismo periférico que, al final, ha terminado siempre imponiéndose o fagocitando racional y funcionalmente cualquier praxis contraria a la racionalidad y la lógica dominante. En el cogollo del pensamiento, ambos enfoques normativistas viven la ilusión de que manejando y operando sobre cosas y realidades cosificadas, fruto de su arraigamiento en el exclusivo espacio de la circulación económica, es posible el milagro del “desarrollo” obviando el tema de las relaciones sociales de producción y, en consecuencia, de las clases y grupos sociales.

El reverso del enfoque normativo es el enfoque que, provisionalmente, denominaremos como ENFOQUE FÁCTICO porque, a diferencia del anterior, asume una perspectiva de clases sociales (seres humanos en compromiso productivo, conflicto e intereses estructurales) ubicadas en un sistema global hegemónicamente capitalista, y en permanente y activa definición y redefinición de fuerzas, correlaciones e intereses. En consecuencia, en esta esfera desvelada de la vida social, los problemas cardinales del país y la región no se han de entender ni resolver en la esfera de la circulación económica ni de la cultura, sino de la producción. No de la circulación porque aquí las relaciones sociales se esconden tras las cosas y los objetos materiales, desapareciendo las clases sociales que son sustituidas por los individuos que, en definitiva, también se vuelven cosas en el trato interpersonal impuesto por el capitalismo. Y no de la cultura, porque a pesar de los importantes avances que ha logrado la hegemonía alternativa en el campo de la cultura, su inhibición cognoscitiva y política al tratamiento del tema de las clases sociales, la explotación social y el dominio estructural en el capitalismo, ha inefectivizado sus planteamientos culturalistas en el propósito raigal de obtener reformas estructurales que conduzcan a la superación dialéctica del capitalismo como una forma de vida social “natural”(.) de la humanidad.

El enfoque fáctico está por construirse o, en el mejor de los casos, está a medio camino en su construcción, luego de algunas ideas interesantes que se hilvanaron allá por los años 80 del siglo XX en circunstancias de un primer ciclo de lucha descentralista en el Perú, que advino en la primera experiencia de descentralización y regionalización, arrancada al anterior gobierno de Alan García.

Este enfoque parte de los hechos reales y toma en cuenta las cosas y los objetos, pero no para quedarse en ellos sino para trascenderlos hasta encontrar los sujetos sociales en su trama relacional con el fin de determinar su racionalidad y su conflictualidad lógica, toda vez que en la trastienda de los fenómenos que aparecen (cosas, objetos o hechos sociales) actúan las clases sociales con y partir de sus propias racionalidades y, por lo mismo, formas de ver los asuntos del “desarrollo”. El “desarrollo”, en consecuencia no es, en el fondo, un asunto técnico y de cosas, sino de personas o seres humanos condensadamente identificados como clases sociales que se enfrentan, convergen y se sustituyen históricamente.

Desde la perspectiva popular, siendo así, el proyecto global de “desarrollo” no tiene ni puede tener el mismo sentido del “desarrollo” desde la perspectiva de los grupos de poder, porque obedecen y responden a condiciones estructurales diferentes y contrapuestas. ¿Cuáles son estas condiciones y qué marco de posibilidades ofrecen?, ¿hasta dónde podría, en este marco de posibilidades, avanzar una propuesta de “desarrollo” desde la perspectiva popular?, ¿cuáles son las líneas históricas de fractura del modelo de “desarrollo” factual?, y ¿hasta dónde la propuesta alternativa popular podría avanzar “en el sistema”?, son algunas de las interrogantes que un diagnóstico comprometido debería responder antes de pensar en el “movimiento de las cosas”.

No les falta razón, entonces, a quienes, como muchos dirigentes de la sociedad civil, se quejan de que sus alcaldes sólo muestran interés por el fierro y el cemento y no por los seres humanos. Sólo que estos seres humanos únicamente en apariencia son individuos porque más allá de la realidad inmediata y en un sentido global, como es el sentido denotado por la vida productiva, son seres colectivos que, así asumidos, son los únicos en condiciones de impulsar los cambios profundos que el país y la región de Puno reclaman con irrenunciable interés.

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(.) Se entiende por vida social “natural” a la creencia aquella en que la sociedad, como la capitalista, responde a leyes objetivas, similares a las que rigen en la naturaleza, imposibles, por lo mismo, de ser modificadas por la voluntad y la acción humana; a partir de lo cual el capitalismo pretende ideológicamente justificarse en una supuesta eternidad .

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