martes, 12 de agosto de 2008

EL ESTADO: COPAMIENTO APRISTA Y SUPUESTOS POLÍTICOS


El oficialismo alanista ha pisado el acelerador en el copamiento de las instituciones del Estado, de aquellas que, según dicen, están conducidas por personas en “cargos de confianza” y que en calidad de tal correspóndele al Presidente o a sus ministros el derecho de su designación mediante el clásico “dedazo”.

¿Cuál es el supuesto político que se esconde tras esta decisión de política, motivo de rechazo por amplios sectores de la opinión pública? Se puede especular en varias posibilidades todas ellas con razonables ingredientes de credibilidad, como las siguientes:

(a) Que el APRA en el poder necesita recurrir a sus propios especialistas para garantizar idoneidad en el manejo del aparato estatal, algo no garantizado por un personal carente del “alma” aprista y las convicciones ideológicas de un militante; lo que al mismo tiempo encierra el supuesto del partido y sus militantes iluminados, vieja creencia en las subteorías de la política criolla.

Si bien es cierto que el partido político es de suma importancia en la intermediación crucial entre gobernantes y gobernados y en el acceso al poder político de un país, su efectividad se relativiza en el terreno del poder mismo cuando los gobernantes se ven obligados, por la naturaleza del poder que ostentan, a la universalización de su representación donde lo que cuenta son las legitimidades y los consensos tácticos y estratégicos para alcanzar las metas y objetivos de un programa gubernamental; algo imposible de ser logrado por un partido embelesado en la observación de su propio ombligo burocrático y, peor todavía, si este partido, como el APRA, no cuenta con el suficiente número de personal calificado, técnica y moralmente, para asumir responsabilidades que exigen un perfil profesional con determinadas características, amen de la crisis de los colectivos políticos que también afecta en uno u otro sentido al partido de Haya de la Torre.

La experiencia, donde se da la confirmación o descrédito de toda teoría, es bastante aleccionadora en esto del copamiento político del Estado ya que, hasta donde nos alcanza la memoria, toda gestión gubernamental que ha recurrido al reclutamiento de sus verdaderos o falsos militantes en las filas del aparato estatal, ha terminado mal parada con altos índices de desaprobación, como el propio aprismo en la gestión de Alan I donde a las ya conocidas circunstancias que rodearon su descalabro gubernamental, como es el caso de la hiperinflación y la ruina de la economía nacional, hay que sumarle los altos niveles de corrupción como fruto del compulsivo entrismo de los “compañeros” apristas en las celdillas del organismo estatal. La lección, según parece, no ha calado en el “alma” de la cúpula gobernante y, por lo tanto, “la crónica de una muerte anunciada” es más que evidente en este particular.

(b) Que la brecha ideológica entre la militancia aprista y el supuesto aprismo “perrohortelánico” del siglo XXI que impulsa la cúpula aprista en el poder del Estado, ha alborotado tanto el aprisco buferil que, a estas alturas, no hay otro remedio que el “populismo hacia adentro” vía la captura de aquellas instituciones con mayores posibilidades para la oferta de “chamba” a manos llenas.

La decepción y el descontento en las filas apristas por las veleidades ideológicas de Alan II son de suyo evidentes, por las manifestaciones a clara voz o entre líneas que continuamente expresan apristas en diferentes niveles de la estructura partidaria, en absoluto convencidos por la contrahecha ideología alanista del “perro del hortelano” que no es sino la continuación del “fujimorisno sin Fujimori” que Toledo, en su momento, también le dio cuerda. Pretender comulgar con semejante “rueda de molino” es, pues, una exigencia que va más allá de las bondades anatómicas de muchos sinceros y decentes militantes del “partido del pueblo”. Una exigencia de renuncia al “alma” aprista a la que ya se han avenido, hace buen momento, los principales jerarcas en el timón del gobierno, entregados gozosos en los brazos de la plutocracia criolla y extranjera, del capital internacional y del imperio norteamericano.

Apagar esta creciente ignición aprista con más “chamba” para los compañeros es sólo la demostración de un segundo fracaso en la conducción gubernamental, el fracaso del alanismo, Alan II en este caso, para ubicarse desde y con su propia identidad popular en las nuevas coordenadas surgentes en la época de la globalización, la postmodernidad y el capitalismo tardío. No lo ha podido hacer, como tampoco lo pudo hacer antes (Alan I) en coordenadas diferentes matizadas con muchos espacios para el protagonismo y la disrupción desde lo nacional popular. El fracaso de un hiperactivismo populista burocrático hoy empieza a tener su contraparte en el fracaso de un hiperactivismo derechista radical, que no es en absoluto la continuación del sustantivo programa del aprismo auroral. Algo imposible de salvar con el copamiento político militante del Estado y menos todavía con gente de dudosa , cuestionable e impresentable reputación.

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