SOBRE LAS DISCULPAS DEL GENERAL RENDIDO EN EL “MOQUEGUAZO” Y ALGO MÁS
Luis Vilcatoma Salas
Las disculpas ofrecidas por el General Alberto Jordán a las encrespadas masas populares el día de su captura, junto a 62 policías, en Moquegua, continúan rebotando laceradamente en los oídos y la mente de la variopinta derecha cerril acostumbrada a ver al país desde sus cómodas oficinas en la ciudad de Lima.
El ofrecer disculpas o pedir perdón es una actitud absolutamente negada en el libreto de la formación y desenvolvimiento de un militar, más aún si es General, desde que la humanidad empieza a organizar grupos de gente disciplinada y armada para combatir la “indisciplina” social y garantizar el orden más conveniente a las clases propietarias dueñas y beneficiarias del aparato estatal. Su base axiológica está en la valentía (que según Aristóteles es el punto medio entre la temeridad y la cobardía) que no se ha modificado hasta el momento, a pesar de que en lo general de la sociedad el fundamento axiológico ha experimentado sucesivas y repetidas modificaciones traducidas en el leiv motiv que mueve la conducta de los individuos y explica los actos de las colectividades. ¿Cuál es la razón de este hecho?. Algunas hipótesis que se pueden ensayar sobre el particular son las siguientes: a) el “aparato militar”, que es el más decisivo “aparato” de la “sociedad política” del Estado, se halla protegido por una compleja serie de mediaciones culturales e ideológicas, que impiden o hacen muy difícil la revisión o alteración de su programa ideológico esencial donde, por ejemplo, la obediencia “ciega” al superior , la resistencia al dolor y el sufrimiento, el espíritu de cuerpo y la disposición a morir, entre otros, constituyen la marca ideológica castrense más resaltante de todos los ejércitos que la historia puede ofrecernos hasta el momento, sin distinción de banderías políticas; y b) la concepción que las clases gobernantes tienen sobre el “aparato” militar es precisamente eso, de un “aparato” sin nervios, cerebro, sustos y veleidades afectivas, con hombres robots programados únicamente para reprimir físicamente y, cuando sea necesario, eliminar físicamente al “enemigo”. Es la clásica concepción del militar “gorila” que los grupos de poder, nacionales y extranjeros, han cultivado pacientemente tras la desconfianza absoluta en la organización y demandas sociales; el temor cerval a las potencialidades disruptivas de los “olvidados y marginados”; el pánico a la otredad clasista cuando se autoasume críticamente con libertad y dignidad; y el terror al levantamiento de nuevos espartacos en el esclavizado mundo social moderno. Por todo ello, entonces, por todos estos temores, soponcios, pánicos y terrores de quienes se ahogan en la abundancia, el código ideológico del cuerpo militar es absolutamente irrevisable. Lo “gorila”, que grafica esta concepción, en consecuencia, es el efecto en la personalidad militar y no la causa. La causa, raíz u origen se encuentra no en el propio “cuerpo militar” constituído por hombres y mujeres de carne y hueso, con sentimientos y afectividades, como cualquier mortal, sino en el “cuerpo civil” compuesto por sujetos sociales que, respecto a los demás sujetos sociales, tienen un privilegio y una ventaja: el privilegio de la riqueza económica y la ventaja, en correlación, del poder político.
Si la primera hipótesis nos dice que las cosas se pueden cambiar pero es difícil, en tanto que la segunda nos dice que no se quiere cambiar, nos encontramos ante una realidad compleja y dura, a pesar de que los nuevos vientos que el mundo actual experimenta nos dicen que no hay nada absoluto, nada irrevisable y nada incambiable incluso, como en este caso, el sentido y la lógica de lo militar y policial. Si algo está cambiando para un mejor social en las relaciones de los gobernantes con los gobernados, en el mundo del capitalismo posmoderno, ello parece no impresionar la sensibilidad auditiva de nuestros gobernantes, como los de ahora, para quienes las únicas relaciones legítimas son con los “poderes fácticos” (económicos, políticos, religiosos y militares) del país y el extranjero, o de los dos simbiotizados en esa extraña mezcla de intereses que nos está trayendo la globalización y el neoliberalismo.
Las “disculpas” del General Jordán al pueblo de Moquegua, en consecuencia, han tenido el mérito, dentro de otros, de poner al trasluz la “caja cerrada” y prohibida a la civilidad de la racionalidad castrence y, en cierto modo de abrirla, para escándalo, vocinglería, chillidos, rasgadas de vestidura y “tierra en el lomo”, hasta del propio Presidente de la República que no ha escatimado denuestos y medidas disciplinarias sobre el militar “rendido” porque, a mi modesto entender, se está actuando particularmente con la segunda de las hipótesis señaladas. Sin embargo, como la realidad es más dura que las subjetividades de cualquier sujeto, así sea Presidente, no están lejanas más disculpas por acciones impropias de militares avasallados por la emergencia social, pero especialmente avasallados por sus propios errores y de quienes los mandan como, en este caso, un Ministro del Interior absolutamente “fronterizo” en cuanto a su capacidad para dirigir y continuar dirigiendo un Ministerio tan delicado como el señalado.
Las “disculpas”, en sí, pergueñan una racionalidad diferente en la relación “sociedad política”-“sociedad civil” que si los obtusos conductores del país no están viendo, la población hiperinteligente sí la están viendo o por lo menos intuyendo en el sentido de un nuevo tipo de militar y policía: dialogante, receptivo, comunicable y, por qué no, también contribuyente en la solución de las dificultades, y no el robokob que Alan García desea. Las múltiples muestras de afecto social que el general Jordán ha venido recibiendo en su despedida como Jefe de la XI Dirección Territorial Policial son, quizás, la mejor demostración de ello.
Las disculpas ofrecidas por el General Alberto Jordán a las encrespadas masas populares el día de su captura, junto a 62 policías, en Moquegua, continúan rebotando laceradamente en los oídos y la mente de la variopinta derecha cerril acostumbrada a ver al país desde sus cómodas oficinas en la ciudad de Lima.
El ofrecer disculpas o pedir perdón es una actitud absolutamente negada en el libreto de la formación y desenvolvimiento de un militar, más aún si es General, desde que la humanidad empieza a organizar grupos de gente disciplinada y armada para combatir la “indisciplina” social y garantizar el orden más conveniente a las clases propietarias dueñas y beneficiarias del aparato estatal. Su base axiológica está en la valentía (que según Aristóteles es el punto medio entre la temeridad y la cobardía) que no se ha modificado hasta el momento, a pesar de que en lo general de la sociedad el fundamento axiológico ha experimentado sucesivas y repetidas modificaciones traducidas en el leiv motiv que mueve la conducta de los individuos y explica los actos de las colectividades. ¿Cuál es la razón de este hecho?. Algunas hipótesis que se pueden ensayar sobre el particular son las siguientes: a) el “aparato militar”, que es el más decisivo “aparato” de la “sociedad política” del Estado, se halla protegido por una compleja serie de mediaciones culturales e ideológicas, que impiden o hacen muy difícil la revisión o alteración de su programa ideológico esencial donde, por ejemplo, la obediencia “ciega” al superior , la resistencia al dolor y el sufrimiento, el espíritu de cuerpo y la disposición a morir, entre otros, constituyen la marca ideológica castrense más resaltante de todos los ejércitos que la historia puede ofrecernos hasta el momento, sin distinción de banderías políticas; y b) la concepción que las clases gobernantes tienen sobre el “aparato” militar es precisamente eso, de un “aparato” sin nervios, cerebro, sustos y veleidades afectivas, con hombres robots programados únicamente para reprimir físicamente y, cuando sea necesario, eliminar físicamente al “enemigo”. Es la clásica concepción del militar “gorila” que los grupos de poder, nacionales y extranjeros, han cultivado pacientemente tras la desconfianza absoluta en la organización y demandas sociales; el temor cerval a las potencialidades disruptivas de los “olvidados y marginados”; el pánico a la otredad clasista cuando se autoasume críticamente con libertad y dignidad; y el terror al levantamiento de nuevos espartacos en el esclavizado mundo social moderno. Por todo ello, entonces, por todos estos temores, soponcios, pánicos y terrores de quienes se ahogan en la abundancia, el código ideológico del cuerpo militar es absolutamente irrevisable. Lo “gorila”, que grafica esta concepción, en consecuencia, es el efecto en la personalidad militar y no la causa. La causa, raíz u origen se encuentra no en el propio “cuerpo militar” constituído por hombres y mujeres de carne y hueso, con sentimientos y afectividades, como cualquier mortal, sino en el “cuerpo civil” compuesto por sujetos sociales que, respecto a los demás sujetos sociales, tienen un privilegio y una ventaja: el privilegio de la riqueza económica y la ventaja, en correlación, del poder político.
Si la primera hipótesis nos dice que las cosas se pueden cambiar pero es difícil, en tanto que la segunda nos dice que no se quiere cambiar, nos encontramos ante una realidad compleja y dura, a pesar de que los nuevos vientos que el mundo actual experimenta nos dicen que no hay nada absoluto, nada irrevisable y nada incambiable incluso, como en este caso, el sentido y la lógica de lo militar y policial. Si algo está cambiando para un mejor social en las relaciones de los gobernantes con los gobernados, en el mundo del capitalismo posmoderno, ello parece no impresionar la sensibilidad auditiva de nuestros gobernantes, como los de ahora, para quienes las únicas relaciones legítimas son con los “poderes fácticos” (económicos, políticos, religiosos y militares) del país y el extranjero, o de los dos simbiotizados en esa extraña mezcla de intereses que nos está trayendo la globalización y el neoliberalismo.
Las “disculpas” del General Jordán al pueblo de Moquegua, en consecuencia, han tenido el mérito, dentro de otros, de poner al trasluz la “caja cerrada” y prohibida a la civilidad de la racionalidad castrence y, en cierto modo de abrirla, para escándalo, vocinglería, chillidos, rasgadas de vestidura y “tierra en el lomo”, hasta del propio Presidente de la República que no ha escatimado denuestos y medidas disciplinarias sobre el militar “rendido” porque, a mi modesto entender, se está actuando particularmente con la segunda de las hipótesis señaladas. Sin embargo, como la realidad es más dura que las subjetividades de cualquier sujeto, así sea Presidente, no están lejanas más disculpas por acciones impropias de militares avasallados por la emergencia social, pero especialmente avasallados por sus propios errores y de quienes los mandan como, en este caso, un Ministro del Interior absolutamente “fronterizo” en cuanto a su capacidad para dirigir y continuar dirigiendo un Ministerio tan delicado como el señalado.
Las “disculpas”, en sí, pergueñan una racionalidad diferente en la relación “sociedad política”-“sociedad civil” que si los obtusos conductores del país no están viendo, la población hiperinteligente sí la están viendo o por lo menos intuyendo en el sentido de un nuevo tipo de militar y policía: dialogante, receptivo, comunicable y, por qué no, también contribuyente en la solución de las dificultades, y no el robokob que Alan García desea. Las múltiples muestras de afecto social que el general Jordán ha venido recibiendo en su despedida como Jefe de la XI Dirección Territorial Policial son, quizás, la mejor demostración de ello.
Texto que puede ser reproducido citando la fuente.
LUIS VILCATOMA SALAS
ANALISIS SOBRE EDUCACION CULTURA Y POLITICA
http://luisvilcatomasalas.blogspot.com/
lufrevisa50@yahoo.es
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Etiquetas: Moqueguazo
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