sábado, 23 de abril de 2011

OLLANATA HUMALA: DE LA DESTRUCCIÓN A LA COOPTACIÓN POLÍTICA

La clase gobernante dispone de dos recursos importantes para someter a los representantes políticos y gremiales de las clases gobernadas: la “destrucción” y la “cooptación”, y garantizar así la “regulación social” y la defensa del sistema global vigente.

La “destrucción” es el momento de la coacción física, simbólica y psicológica, y se utiliza en circunstancias como, por ejemplo, en la lid electoral, para pulverizar ideológica y políticamente a los enemigos, restándoles audiencia y aceptación popular, aislándolos de la masa gruesa de votantes y, frustrando, ergo, sus posibilidades de acceder al poder como los exponentes de una clase social alternativa y de recambio.

La “cooptación”, en cambio, es el momento de la integración de los representantes de las clases gobernadas, al paradigma, modelo y principios de la clase gobernante, ya sea por el temor subliminal, la imposición o por el convencimiento. Se utiliza en circunstancias cuando la “destrucción” ya no rinde frutos o el escenario de la confrontación política se ha modificado, verbigracia, ante un triunfo electoral de los portavoces de las clases gobernadas, frustrando, por este camino, de lograrse la “cooptación”, la posibilidad en la construcción de un nuevo sentido emancipador y una nueva hegemonía, como alternativa a la hegemonía neoliberal impuesta.

Es lo que comienza a suceder precisamente contra el candidato Ollanta Humala y su “compromiso con el pueblo peruano”. En la primera fase del proceso electoral, la clase gobernante en el Perú, haciendo uso incluso de los recursos del Estado desplegó todo su ejército de plumíferos a sueldo y toda su batería pesada de instrumentos institucionales, para desprestigiar al candidato de la “O”, devastarlo políticamente y enanizarlo en la aceptación popular, con el propósito de convertir la elección ciudadana en una elección solamente entre los cuatro primeros candidatos (Toledo, Kuczinskui, Fujimori y Castañeda) que vestían el mismo polo de la derecha política y ofrecían lo mismo pero que tuvieron la estupidez de tirotearse entre ellos cuando Ollanta apenas despuntaba. Concluida esta fase y ante los resultados adversos y lastimosos a los intereses dominantes, con Ollanta y Fujimori habilitados para disputar en la segunda fase del proceso electoral, la clase gobernante ha pasado a la utilización también de una segunda estrategia: la estrategia de la “cooptación”, con la especial circunstancia favorable a sus intereses cual es la de que Ollanta necesita si o si, si desea tener posibilidades reales de acceder al poder político, de establecer acuerdos, alianzas o lo que se llame, con los representantes de las demás fuerzas políticas y sus votantes, incluyendo las que denostaron su candidatura llamándola “salto al vacío”, “estatista”, “autoritario” y tantas sandeces más.

La estrategia de la “cooptación” implica varios procedimientos utilizados separada o conjuntamente: el miedo (miedo a la “estatización”, a la ausencia de inversiones, al desorden, a la vuelta de la inflación, a la “chavización” de la gestión, al aislamiento internacional etc.), la manipulación de instrumentos de gestión financiera como la bolsa de valores, el precio del dólar, el índice inflacionario, etc, y la reactivación del sentido común conservador en la gente (nada con estatizaciones, control de la “libertad de expresión”, intervencionismo del Estado, control del mercado), y la metamorfosis del programa original del ollantismo en un programa “sensato” y “bueno” para la clase gobernante, con el fin de transformar las energías emancipatorias del ollantismo en energías reguladoras, es decir en energías del orden y la estabilidad del sistema global con los beneficiados de siempre: los grandes poderes económicos de fuera y de dentro del país. No va a ser sorprendente entonces que, dadas estas circunstancias, el candidato de la “O”, en esta nueva fase del proceso electoral, por razones de “pragmatismo político” que es una forma de responder a la “cooptación”, aparezca más light y digerible a las conveniencias de la clase gobernante; que su programa económico y social comience a parecerse bastante al programa de sus contendores , de manera tal que al suavizarse las diferencias, cualquiera que sea la opción ganadora, al final de cuentas, la reducción de los daños al sistema estaría garantizada, cuando no su absoluta preservación.

La opción ollantista está, pues, ante un verdadero disparadero: o la pragmatización de la política como una forma de enfrentar la “cooptación” que quiere imponerle la derecha política, para tentar serias posibilidades de acceder al poder, o la “derrota gloriosa” ante el enemigo neoliberal. Algunos, como Nelson Manrique, dirán la “pragmatización de la política” y no la “derrota gloriosa”, porque de derrotas gloriosas estamos cansados. El problema, empero, está en el sentido y los alcances de la pragmatización de la política. Si la pragmatización se traduce en un achatamiento y desfiguración del programa político hasta volverlo completamente inocuo a los intereses de las clase gobernantes y su modelo neoliberal, el resultado, ante un posible gobierno del comandante, será más de los mismo, y de aquí a cinco años volver a los mismos temas de siempre con la decepción popular al tope. Además que nadie garantiza que una pragmatización desaforada sea la mejor garantía para un triunfo electoral. Hay que tener en cuenta que en estos procesos de pragmatización, los colectivos políticos así como ganan adherentes por un lado, los pierden por el otro cuando se desenganchan quienes no están de acuerdo con la disminución de los retos programáticos del candidato.

Hay situaciones donde la “pragmatización de la política” es por razones coyunturales y tácticas, porque en el fondo lo que se quiere hacer es lo originalmente planteado; es, por ejemplo, lo que hizo Fujimori ofreciendo una cosa y haciendo otra o el mismo Alan García, quienes fueron pragmáticos a su manera. Este pragmatismo es peligroso porque puede conducir, por la puerta falsa, al autoritarismo y la dictadura y, por allí, a la corrupción desaforada, como ocurrió con el autoritarismo fuji-montesinista.

¿Cuál es, entonces, el margen de juego que le queda al ollantismo, de acceder al gobierno en el marco de la estrategia de la “pragmatización de la política” a la que se ve obligado por obvias razones? Hay un margen todavía importante ofrecido por los espacios en blanco que va dejando el neoliberalismo, por su propia incapacidad, en el sistema global de la sociedad peruana: es el margen de la redistribución económica relativa, de los derechos humanos, de la lucha contra la corrupción, del narcotráfico, de la inseguridad ciudadana, de la educación y de la salud. Márgenes en los cuales y en el marco de las reglas de juego actuales, considero, que es posible hacer muchas cosas importantes y significativas. Si ello nomás se lograra, sería más que suficiente para garantizar la aceptación y legitimidad ciudadana.

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