sábado, 26 de junio de 2010

POLÍTICA: DECENCIA Y CORRUPCIÓN

La estrategia de Lourdes Flores Nano para sacarle ventaja a Alex Kouri en su carrera al sillón municipal de Lima, consistente en apelar a la contradicción entre decencia y corrupción, parece estar teniendo algún efecto importante. Hay un segmento considerable de la ciudadanía capitalina que mira con buenos ojos la posibilidad de aupar a la lidereza del PPC al máximo cargo municipal por sus mejores credenciales éticas, restándole méritos, en contrario, a un Kouri candidato por el “vientre de alquiler” Cambio Radical (que de radical no tiene nada, dicho sea de paso), embarrado hasta la testa por su negra vinculación mercantil con el fujimontesinismo y denuncias de corrupción por su gestión pública no absueltas hasta el momento.

Es indudable que, como creo es el sentir de todo espíritu sano y honesto del país, esta sea no sólo la estrategia de un candidato para obtener ventaja sobre otro candidato, sino la manifestación de un propósito real de cambio y refundamentación de la política sobre otras bases éticas y culturales, aunque ello signifique el sacrificio de “nadar contra la corriente” en un río de voraces pirañas humanas dispuestas a levantarse los recursos del Estado, que son de todos los peruanos, a como de lugar y de cualquier forma.

La contradicción entre decencia y corrupción, sin embargo, tiene un significado más raigal y extendido en el cuerpo societal, a partir de la información y experiencia directa e indirecta que los millones de nacidos en este país tenemos en nuestra vida diaria con asuntos donde prolifera la corruptela más asquerosa. Las denuncias públicas y no públicas de malos actos perpetrados por presidentes de gobiernos regionales (sin ir muy lejos como el Presidente de la Región de Puno), consejeros regionales, alcaldes grandes y pequeños, funcionarios públicos y cuanto sujeto tiene la menor oportunidad de lidiar con la necesidad de la gente por alguna satisfacción personal y coletiva que por derecho les corresponde, son solamente algunos indicadores y malos olores de una podredumbre con signos catastrofistas y endémicos que amenaza no tener fin ni resolución en las actuales circunstancias de vida capitalista egocéntrica, hedonista y nihilista impulsada por la globalización, el neoliberalismo y una economía de mercado donde el más fuerte es el más diestro en el manejo descarado y sucio de los espacios públicos.

En los últimos tiempos la vida del ciudadano de a pie, en costa sierra y selva, está tironeada por la contradicción entre decencia y corrupción que mejor sería decir, en términos más técnicamente éticos, entre virtud y corrupción, entre la honestidad y la transparencia, y la delincuencia institucionalizada que carcome los nervios vitales de las instituciones del país, haciendo más inviable los propósitos sanos de desarrollo regional y nacional, porque nadie puede poner en duda que si el desarrollo no está acompañado por la cultura y la ética no es desarrollo sino una miserable radiografía de un crecimiento sin cerebro, corazón ni imaginación que para algunos improvisados políticos y técnicos de jerga “desarrollista” es más que suficiente para contentar a un pueblo hambriento de grandes ideas, proyectos y cambios.

Esta contradicción, se podría decir la más importante de todas las contradicciones, que motoriza imaginación, deseos y voluntades, y que está marcando a fuego rápido el ánimo y la disposición política social, es una contradicción sin resolución efectiva en el plano de la institución jurídica que es el plano del Derecho y del Poder Judicial, como lo viene constatando cierta actividad mediática en nuestro medio regional, al poner en claro y obscuro la mediocridad, ambivalencia y absoluta falta de resolución de muchos fiscales incapaces de “tomar el toro por las astas” y que, ante la complicación de los casos o ante la presión de ciertos poderes fácticos prefieren al “archivamiento” de las denuncias como la más usada y fácil manera para escapar a sus responsabilidades aunque no a su conciencia. En consecuencia, si esta contradicción no encuentra camino de salida por la vía normal y ciudadana, que debe tener en el espacio legal la garantía de un encausamiento serio, será la vía de los hechos la que la final de cuentas prime en la voluntad y la entereza de mucha gente desesperada, decepcionada y escaldada por la insensibilidad de una burocracia que arrastra los pies y sobre eso exige coima para agilizarlos; la desvergüenza de funcionarios oficialistas que utilizan vehículos públicos para cuchipandas públicas y sobre eso terminan miccionando en la calle; el fraude de “concursos públicos” con la ventolera de publicaciones televisivas y tanta mugrosa documentación exigida, que concluye con el ingreso de algún pobre ahijado o reclutado político de última hora; el carnaval de “concurso de precios” y el famoso veinte por ciento por debajo de la mesa, que termina con sobreprecios escandalosos, bienes de valor chatarra y signos exteriores de riqueza que sólo un estúpido no percibe al primer ojo; la construcción hechiza de carreteras, puentes y locales que empiezan a caerse desde el primer botellazo de la inauguración hasta todo lo que es el diario uso y trajinar de la población; en fin, un largo anecdotario diario, permanente y diarreico volumen de cosas, hecho, actos deprimentes y figuras y figurones atosigantes que mueven el estómago y sublevan el espíritu hasta la irrupción emocional, social y física de la protesta pública, la denuncia abierta, la obstrucción de carreteras, la toma de locales, el encadenamiento en rejas y pertas públicas, y cuanta cosa más inventada por la imaginación popular para ingresar a las entendederas caparazónicas y emporquerizadas de insensibles momias burocráticas, mediocres pero hinchados mandamases y venales “tecnoburócratas” sin iniciativa y sin imaginación para entender las cosas de una manera diferente y mejor que lo dispuesto en sus trasnochados manuales y “normas” sombis.

Sea cual sea el camino de resolución de la contradicción decencia versus corrupción, aunque mejor sería, ciertamente, el de la vía formal, del derecho y la democracia ciudadana, el imperativo ético normal, natural y hasta instintivo se podría decir, debe transcurrir por la vigilancia, la exigencia intransigente y masificada; la lectura entre líneas de quien gestiona la “cosa pública”; la lectura funcional del currículo de quienes persiguen una representación política en las alcaldías, el gobierno regional, el congreso o la presidencia del país o de cualquier cargo en las organizaciones o instituciones públicas y privadas; y la sospecha inquisitiva y a prueba de balas de toda oferta facilona, bulliciosa, espaciosa, generosa y aderezada con medios y procedimientos de mucho dinero, caravanas de desinformados “portátiles” y felpudines para todo uso.

En materia de decencia, pues, el camino no es sencillo pero es el más digno y, posiblemente, lo más importante que habremos de legar a las nuevas generaciones.

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