EL AGUA: PROBLEMA, RESPONSABILIDADES Y NECESIDAD DE UNA NUEVA AGENDA
Durante gran parte del siglo XX hemos vivido en el derroche de recursos naturales, como el agua, que creíamos infinitamente abundantes e inacabables. La ilusión de una vida sin problemas en materia de recursos naturales, como el eco subterráneo del paradigma cultural cosificador, sembrado por la visión descarteana (Descartes), marcó a fuego, y hasta la fecha, el modo de conocimiento y el proceso simbólico de la humanidad, sobre el sentido y la importancia del agua como el recurso natural más importante del ser humano para su sobrevivencia, reproducción y desarrollo.
La producción capitalista, en la época contemporánea, avanzó incontenible alimentada por este núcleo figurativo de la relación hombre-naturaleza, empobreciendo la inteligibilidad del ser humano sobre el uso e importancia del agua hasta el extremo de esterilizar nuestra capacidad de respuesta, recién en los últimos tiempos, felizmente, oxigenada en el extremo de un modelo neoliberal depredador e irreconciliable con la pobreza social, el sentido de nación y el desarrollo endógeno del país. Los casos recientes de Islay en Arequipa, la contaminación del Ramis en Puno y otros más en Tacna y Cusco, tomando en cuenta nuestros espacios más cercanos, son algunos de los ejemplos de que algo muy importantemente positivo se está produciendo en la representación social, especialmente de las poblaciones más directa e inmediatamente afectadas por la escasez de este valioso elemento, como es el agua; que ya no aguantan la espantosa irracionalidad e irresponsabilidad en el manejo del agua como prioridad en la gestión pública local, regional y nacional, y proponen y hacen valer activamente una nueva agenda ante el gobierno nacional y regionales, donde la primera prioridad es la forma de uso del agua.
Diferentes análisis y proyecciones de especialistas en el tema, concluyen sin dudas que la humanidad habrá de enfrentar próximamente, de continuar así las cosas, una terrible crisis del agua como consecuencia del calentamiento global, el uso irracional de la misma y la contaminación de fuentes y espejos de agua hasta un nivel que amenaza con convertirse en irreversible, con daños incalculables especialmente en las naciones y países no desarrollados, como el Perú, donde se acumula y reproduce el grueso de la pobreza mundial.
¿Qué están haciendo, en consecuencia, los responsables de la alta política en nuestro país para, por lo menos morigerar la progresión de este “cáncer” cultural y productivo depredador y demoledor del recurso agua?. Hasta el momento no sabemos ni conocemos sobre una política integral y global del manejo del recurso agua con un sentido social, humano, previsor y sostenible en el tiempo y el espacio. Es más, el Estado, urgido por el resobado paradigma “perro hortelánico” del actual mandatario, al fomentar a cualquier precio la inversión privada de capitales internacionales, especialmente en el campo de la minería, contribuye directa e indirectamente a la utilización irracional e irresponsable del agua superficial y subterránea, con grave daño a la ecología, la producción local y la salud de las personas; porque no sólo se reducen los volúmenes de agua disponibles para el consumo humano y la producción local, sino que también se contaminan las fuentes hídricas donde beben seres humanos y animales.
En un nivel meso o regional, la inopia de las autoridades sobre la trascendencia de este problema no deja de ser sorprendente, porque no se nota en la “política construida”, en la obra práctica y menos en el discurso demagógico de los liderazgos un nuevo “esquema figurativo” organizado sobre el recurso agua con un sentido social y estratégico y una alta valoración. La política sobre el particular, si a ello le podemos llamar política, está eviscerada de cultura ciudadana, responsabilidad colectiva y prioridades sociales; con el agravante de una inercia sopenca y una flema digna de mejor causa en la solución de problemas de enorme magnitud, como es la contaminación de las aguas del Lago Titicaca y el insuficiente drenaje en ciudades populosas como la “ciudad calcetera” de Juliaca.
Sin embargo, la sostenibilidad del recurso agua, tanto en cantidad como en calidad, tiene también una dimensión micro y cotidiana referida al comportamiento de los individuos. La forma de usar el agua, de consumirla, procesarla y desecharla, tiene efectos e impactos altamente negativos que alimentan, de algún modo, el problema global y grande del uso irracional, irresponsable y antiético del agua en la sociedad global.
No existe, en este nivel, y nadie se ha preocupado, hasta la fecha, porque exista una cultura citadina de la racionalidad y uso óptimo del agua, así como de otros recursos; salvo en nuestras culturas originarias quechua, aymara y amazonense de quienes deberíamos aprender una nueva visión y modelo de hacer sociedad en el “buen vivir”. La formación escolar básica y universitaria, componentes importantes de la sociedad moderna, lamentablemente no están todavía a la altura de las exigencias que nos plantea el mundo real, el mundo de los fenómenos y las cosas y no simplemente de las ideas.
El trabajo por modificar esta situación es, en consecuencia, enorme y compromete prácticamente a todos; a los gobernantes y gobernados; a las instituciones, a los medios de comunicación; a las familias y a las organizaciones políticas, cuyo “núcleo figurativo” sobre este “objeto de representación”, en este caso el agua, debe experimentar una radical modificación y, en relación a ello, los comportamientos de la gente. Nuestro futuro humano, no nos olvidemos, depende de cómo asumamos hoy nuestra responsabilidad frente al uso del agua.
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