sábado, 23 de abril de 2011

LO NACIONAL Y EL NACIONALISMO EN LA POLÍTICA PERUANA

La actual coyuntura electoral está poniendo sobre el tapete del interés político numerosos temas de debate, que de otra manera seguramente sería muy difícil que aparezcan en el neoliberalizado escenario oficial, uno de estos temas es el de lo nacional y el nacionalismo.

La construcción de la nación peruana es un proceso que se remonta hasta las épocas más antiguas de la vida social, donde paulatinamente se va definiendo lo propio y lo nuestro como un autorreconocimiento colectivo de existencia social, que asume diferentes características, matices y sujetos sociales comprometidos a lo largo de la historia y que, en su cristalización fáctica, adviene en una realidad innegable aunque perfectible o superable; en una realidad denominada “nación” a la cual algunos la asumen como algo todavía en proceso (“nación en formación”), y otros como algo concluido (“somos una nación”). Sin embargo en cualquiera de sus formas conclusivas vorticilarmente, a partir de y en relación a esta realidad, se ha constituido, por añadidura natural, un nuevo concepto el concepto de nacionalismo especialmente trabajado en el campo del liberalismo primigenio y la izquierda nacional así como por un vasto progresismo académico, político, cultural y científico.

Lo nacional, como una realidad fáctica, y el nacionalismo, como una realidad subjetiva de elaboración y sentido simbólico tienen, ergo, una sustentación común y una complementación orgánica. La sustentación común se encuentra en la formación social peruana, en su economía, su ecología, sus poblaciones, sus tradiciones y culturas, sus contradicciones y sus aspiraciones colectivas, y la complementación en la forma en que se necesitan uno del otro, porque lo nacional y el nacionalismo se necesitan y alimentan mutuamente tanto desde la perspectiva de las clases dominantes como subalternas.

¿Las clases dominantes pueden ser nacionalistas o ello es solamente un privilegio de las clases populares? La historia demuestra que las clases dominantes pueden ser, también, nacionalistas, a su manera, cuando la composición de la economía y su acumulación siguen una lógica endógena que se traslada a lo social, y han logrado, vía una activa participación de su intelectualidad orgánica, edificar un discurso cultural universalizante que les da la posibilidad de ser hegemónicas (direccionantes sobre el conjunto social en lo ético, político y cultural) y no sólo dominantes apelando a la coacción legal e institucionalizada, sobre el vasto campo de la pluridiversidad social y cultural del país. Algo que en nuestro país no ha sucedido lamentablemente ni, como van las cosas, podrá suceder porque la globalización ha esterilizado raigalmente cualquier posibilidad en este sentido, especialmente en aquellos países, como el nuestro, con una famélica o nula burguesía nacional. Queda, en consecuencia, sólo en las clases populares la posibilidad afirmativa de un activo nacionalismo, fresco, movilizador y democrático, en condiciones de erigir una identidad propia y motorizar psicológica, afectiva y espiritualmente las energías nacionales para la construcción de un proyecto nacional de una nueva forma de vida sustentada en el equilibrio, la democracia, la armonía y el respeto a la vida. Donde lo más importante sea no sólo el bienestar del ser humano sino la vida en su conjunto.

Las clases dominantes en el país (fíjense “en el país” y no necesariamente “del país”, que es una cuestión diferente), sin embargo, que operan política, ética y culturalmente a través de sus aparatos de hegemonía transnacionalizados y embargados por los grandes centros de poder internacionales, como son la educación y los medios de comunicación buscan castrar, también, esta posibilidad relativizando y disolviendo en el “habitus” (Bordieu) y la mentalidad popular y política todo concepto que conduzca a la afirmación de lo propio como son los conceptos de “soberanía”, “patria”, “Estado”, “nación”, “nacionalización” y, por supuesto, “nacionalismo”, presentándolos como algo pre-moderno, atrasado y arcaico, contrarios a las necesidades de “modernización” del país. Muchos intelectuales progresistas, idiotizados por el impacto de la racionalidad del gran capital y abrumados por la ofensiva ideológica mediática neoliberal, han renunciado también a la afirmación y defensa de lo nacional y el nacionalismo entregando “su alma al diablo” a cambio de no ser caricaturizados por la cerril y novelesca derecha política como arcaicos y tradicionales y, cuando, en el caso extremo de la locura neoliberal, como “subversivos”.

Esta desnacionalización del perfil societal y político se traduce, por ende, en diferentes actuaciones políticas como, por ejemplo, la de convertir a la política en un objeto del mercado para actuarla con la lógica mercantil (oferta/demanda, costo/beneficio, márketing), la de limarle apresuradamente las uñas ideológicas a los programas políticos para la campaña electoral, como ha sucedido, sin ir muy lejos con el Partido Nacionalista Peruano de Ollanta Humala que adopta el nombre aparentemente más potable de Gana Perú; y el de visitar vergonzosamente a la Embajada Norteamericana, como el inefable Fernando Rospillosi, para gestionar su intromisión en la campaña electoral anterior, contra el candidato Ollanta Humala. Pero como lo político general discurre, hoy, menos por los “partidos políticos” y más por la conciencia colectiva de la sociedad plural y sus instituciones y organizaciones más cercanas, lo nacional y el nacionalismo tienen aquí una fuente de recreamiento y relanzamiento potencial de indudables consecuencias en el futuro no percibidas suficientemente por los liderazcos políticos en campaña.

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